TAtjeno a los escritos en prensa y a los programas que sobre su persona se vienen difundiendo con ocasión del trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas, por culpa de una enfermedad neurológica degenerativa, consume los días de su otoñal vida Adolfo Suárez . A Suárez no hace falta reivindicarlo porque se le haya otorgado el Toisón de Oro, porque ni se le ha olvidado, ni nadie cuestiona su papel a la hora de pilotar la nave del Estado en la travesía de la dictadura a la democracia; sin embargo no está de más que en un momento en que, merced a una forma de hacer política como la de Zapatero , algunos discuten el espíritu y los logros de la Transición, de los que Adolfo Suárez es una referencia indiscutible, no sólo resulte oportuno sino recomendable pasear su figura y hablar de su magnífico legado.

Suárez simboliza la obra política que más admiración y elogios ha cosechado España en el exterior. La Transición es la hoja de ruta que han asumido todos aquellos países que han necesitado avanzar por el camino de la libertad y de la reconciliación de forma pacífica. Y Suárez fue el actor principal de esa gran obra política que supuso la transformación democrática en España y el arquitecto de los imprescindibles consensos que marcaron los momentos de inflexión de una etapa política tan apasionante como incierta por momentos. Fue entonces cuando el primer presidente de Gobierno de la democracia no dudó, con su actitud honesta y sacrificada, anteponer siempre los intereses de todos los españoles a los particulares, personales y de partido. La frase de su dimisión, "me voy porque no quiero que la democracia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España", representa la quintaesencia de la generosidad en política.

Antes de llegar a ese adiós, Suárez había sufrido del PSOE, recordada recientemente Rajoy , "el ejercicio más sistemático, despiadado y tenaz de demolición y de acoso y derribo contra. Todos los recursos, todas las descalificaciones, todo el juego sucio se utilizó para abatir a quien a los ojos de Felipe González y Alfonso Guerra les había birlado un triunfo electoral que creían tener en la mano el 3 de marzo de 1979". Pero ganó Suárez y la UCD, y Guerra soltó aquello de "el pueblo se ha equivocado". Una frase que jamás se le hubiera ocurrido a alguien que como Suárez entendió el poder con sentido de Estado y como un servicio a los demás.