Hace solo unas semanas todo era distinto. Convivíamos en sociedad, nos relacionábamos. Consumíamos, luego existíamos. Íbamos a trabajar enfundados en nuestros trajes. El sueño lo dejábamos soterrado en casa bajo capas de maquillaje y una sonrisa bien dibujada, y la familia se posponía hasta la cena o el fin de semana. Y nosotros, pospuestos hasta nuevo aviso. Con una máscara home made hecha de promesas, de símbolos y de tótems en cuyo poder creíamos ciegamente. El «ay, necesito algo nuevo» y el «es viernes, toca salir» eran la religión de una generación malcriada. Porque, sí, con el consumo nos definimos, nos dibujamos, nos creamos ante y para los demás. Creamos la persona y somos para, por y con los otros. Pero ¿qué pasa cuándo no consumimos? No nos conocemos. Buscamos formas de consumo que nos hagan sentir el subidón, el hype de cuando salíamos de la tienda con las deportivas nuevas bajo el brazo. Buscamos y buscamos, y muchos siguen practicándolo. ¿Por qué, si no, Amazon ha subido en ventas? ¿Por qué, si no, las redes bullen más que nunca? Son la nueva ágora en tiempos de pandemia, seguramente con menos filosofía. La vida nos ha brindado la oportunidad de profundizar en nosotros más allá de nuestros modos y hábitos, y en vez de hacerlo surfeamos por la superficie de la inconsistencia. En vez de informarnos, fagocitamos números y los repetimos en estado de pánico. Tantos muertos hoy, tantos infectados. Repetimos la información. La llenamos de superficialidad en vez de reflexión.

CRISIS SANITARIA

El paciente no tiene ideología

Benedicto Palacios

Cáceres

Soy marido de una enfermera, jubilado y por lo tanto dentro del grupo que ahora llaman de riesgo. Desde que la conozco, bien joven, ha ejercido su labor en la antigua Casa de Socorro, en el laboratorio del Hospital y ahora en un Centro de Salud. Más de 40 años, se dice bien. Me consta que en tantísimos días y noches nunca preguntó al paciente si era pobre o rico, listo o torpe, de derechas o de izquierdas, nazi o neonazi. El paciente no tiene ideología. Y como ella, millares de enfermeras y enfermeros, médicos y médicas, auxiliares y técnicos que trabajan día y noche con único el afán de salvar vidas, tampoco lo preguntan. Pero todos ellos, personal sanitario, tienen pensamientos propios e iguales sentimientos que cualquiera. Son maridos y mujeres, madres y padres y quieren seguir viviendo y saben que sus vidas corren peligro.

Tengo miedo, lo confieso, pero tengo mucho más miedo al odio que algunos políticos esparcen para recoger ¿qué cosecha? ¿la de los muertos? Por favor, moderen su lenguaje, aparquen sus odios. Nuestros sanitarios no merecen que sus representantes gasten el tiempo en degradar la existencia de los vivos en absurdas polémicas, con la que esta cayendo.

¿Por qué no dejan sus trajes, corbatas y panfletos y se ponen una bata, una mascarilla, una bolsa de basura y empujan a un enfermo o un muerto? Les aseguro que si lo hacen nadie les van a pedir la afiliación.

Y si es que, por fin, se van a poner manos a la obra, aconsejen de paso a los cabezas de chorlito que les jalean que aprendan primero a escribir bien, y que antes de compartir sus rencores, se calcen unos zuecos, se pongan unos guantes y empujen un féretro.

Confeti y serpentinas

David Sempau

Santa Coloma de Farners

Pasará el coronavirus, nos dirán que lo peor ha terminado y nos lo creeremos. Llenos de júbilo, trataremos de volver cuanto antes a lo viejo conocido, a la rutina establecida. Como tras la victoria en la segunda guerra mundial, lanzaremos confeti y serpentinas, nos emborracharemos y celebraremos que nada ha cambiado, que solo fue un mal sueño y que podemos regresar a nuestras costumbres y hábitos de siempre. Seguiremos explotándonos unos a otros y destruyendo la naturaleza de la que dependemos; seguiremos con las desigualdades entre personas y países e ignorando la miseria de dos terceras partes de la humanidad. Porque de lo que no somos capaces es de aprovechar las lecciones y repensar nuestra organización como especie. Los de siempre se habrán enriquecido aún más, los de siempre seguiremos bajo sus designios. Y así hasta el colapso final.