La Academia del Cine rompió la semana pasada un viejo tabú al presentar su informe anual sobre la situación cinematográfica española bajo el sonoro e inequívoco título de La crisis . Durante años, la industria del cine, temerosa de generar desconfianza, ha evitado hablar públicamente de la delicada salud del sector. En el 2001, el espejismo taquillero de películas como Los otros y Torrente 2 sirvió para camuflar la verdadera situación: el incremento de la producción no se correspondía con la demanda real de los espectadores. Una realidad que los datos del 2002 han desvelado en toda su crudeza: siete de cada diez películas españolas pierden dinero. La situación es mala y las expectativas, dicen, son peores. La vía de solución que se antoja más razonable pasa por un mayor rigor a la hora de trabajar: producir menos y mejor. Parece una receta de sencilla aplicación, pero no lo es, entre otras razones porque algunas de las tradicionales fuentes de financiación --las ayudas institucionales y, sobre todo, las televisiones-- han reducido el suministro. Ante este panorama, no hay más salida que buscar el consenso de todos los sectores afectados. Mañana sus representantes se reúnen en Madrid. Puede ser un buen primer paso.