Se celebra esta tarde en la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad de Extremadura, y mañana en la mayor parte de las escuelas, la festividad de José, el Santo de Calasanz, patrón de los que nos dedicamos a este noble oficio de enseñar, y ello justifica que traiga hoy unas reflexiones en torno a la escuela que aunque no necesariamente han de ser compartidas, bien valdría que nos sirvieran para pensar.

Hace ya años que el filosofo brasileño Rubem Alves escribió "La alegría de enseñar", un libro propio de un profesor enamorado de la enseñanza. En su portada puede leerse: "Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Así el profesor no muere nunca...".

Probablemente algún compañero de la enseñanza haya esbozado una sonrisa irónica o una mueca sarcástica, al leer el título de la columna de hoy, y quizás no les falte razón. Hay quienes han llegado a la docencia con verdadera vocación, que van perdiendo ante el desprecio de algunos políticos a la educación, máximo en tiempo de crisis, ante un clima escolar que no es el mejor, con un elevado número de alumnos por clases que verdaderamente no favorece la enseñanza, y aun más si algunos de ellos se muestran indisciplinados, displicentes o peor aun maleducados.

Todo esto se agrava si el maestro o profesor han acabado en la docencia de rebote o porque no les quedó otra alternativa. Hay también profesores universitarios que consideran las clases como un tiempo perdido en medio de sus investigaciones u otras ocupaciones, y esto, los alumnos lo detectan detrás del pupitre.

"Nosotros notamos cuando a un profesor le importamos", es una frase que es fácil escuchar en boca de los estudiantes a poco que les preguntes que tal las clases. Ellos saben perfectamente, como nosotros lo sabíamos cuando estudiábamos, que profesores preparan las clases y son capaces de conectar con los alumnos.

XPOCAS FRASESx son más dolorosas que una que se pronuncia con demasiada frecuencia: "Don fulanito sabe mucho, pero no sabe enseñarlo". Hay quienes se pasan la vida estudiando y jamás aprenden a enseñar, y quienes enseñan y además estimulan a sus alumnos a estudiar. Sé que es difícil transmitir alegría a un profesor quemado, pero hay que intentarlo. Un profesor frustrado y amargado no sólo es un desastre para sí mismo, lo es sobre todo parar los alumnos con quienes trabaja. Dice el pedagogo Santos Guerra que un profesor mal preparado, quemado y sin ilusiones es como un lanzador de cuchillos con la enfermedad de Parkinson.

En tiempos revueltos como estos es preciso alimentar el entusiasmo, estimular a los profesionales, y muchas veces el único estímulo positivo procede del reconocimiento de nuestros alumnos, aunque solo nos paguen con una sonrisa o un saludo emocionado muchos años después de abandonar nuestras aulas.

Todos tenemos maestros a los que admiramos y de los que hemos aprendido, ellos deben ser el espejo en el que debiéramos reflejarnos: esa maestra anónima que a los 64 años mantiene vivo su entusiasmo de enseñar en una clase de educación infantil rodeada de treinta niñas y niños y que al final del día es casi incapaz de ponerse derecha, ese grupo de profesores que forman un equipo para crear un ecocentro, un programa de educación para la salud, diseñar un proyecto de animación a la lectura, o las mil y una experiencias educativas en que participan muchos profesores y lo hacen incluso fuera de su horario escolar.

Se entrega hoy en la Facultad de Formación del profesorado la distinción Honorífica María Antonia Fuertes , en honor a la que durante años fuera directora de la vieja Escuela de Magisterio y mujer ejemplar como docente y comprometida con su tiempo, al programa de la Universidad de los Mayores de Extremadura. Vaya mi enhorabuena a ellos, a quienes lo hicieron posible y lo mantienen, y sobre los alumnos que estudian en cualquiera de sus sedes en Extremadura, ellos van a clase no por obligación, no buscan títulos que les faciliten un puesto de trabajo posterior, ellos van a clase con la alegría de aprender y a quienes les damos clases nos hacen revivir cada día la alegría de enseñar.