La ojeriza está de moda. Y no, no es una prenda casual pero marca tendencia. Ha sucedido lo impensable y lo anteriormente impensado: nos estamos disparando los unos a los otros. Artistas, famosos, ecologistas, periodistas, amigos, familias, escritores, editores, virólogos, neumólogos, comentaristas, columnistas y opinadores en general llevamos meses tirándonos a la cara pullitas de ojeriza en estado sólido. Van y vienen las balas desde todas las pantallas, se dispensan como una cartilla de puntos para obtener un robot de cocina en la edición dominical del periódico; como si el jueguecito fuera inocente, una especie de Monopoli del rencor, en el que se compran las ideas afines y amables y se desechan los inquilinos sospechosos de no estar alineados con nuestras tesis.

Nos caemos mal. Nos soportamos con dificultad. Sucede que si un amigo no está en mi círculo de opinión, mal asunto, deja de ser el amigo que fue. Sucede que si un vecino ha colgado la bandera en su balcón, mal rollito; lo mismo pasa si otro amigo ha colocado en su perfil el triángulo rojo invertido. No soportamos al que aflora en sus redes pensamientos anti-Simón, o al que tenga afinidad con Cayetana; eliminamos de los grupos de whatsapp al que osa reclamar rigor al gobierno; tachamos de pesimista y coñazo al que exige saber las cifras de fallecidos o se lamenta de ellas. Parece que al otro le resulta más positivo mirar hacia el futuro, no caer en la melancolía.

Más de uno en estos meses se ha visto obligado a ejercer la autocensura para evitar decirle a un amigo que se estaba escorando a la derecha o por el contrario, que no entendía cómo podía defender a Iglesias. Más de uno ha dejado de llamar a un conocido o amigo para evitar tener que justificar su hastío, y porque ya ni siquiera entre amigos y familiares, los fallecidos valen un rato de charla. Se asoma de repente a la conversación un sesgo, un ´no sé qué` que brota incómodo, como si el gobierno en pleno hubiera pinchando nuestra llamada... como si por hablar de ellos ya estuviéramos quemando en la plaza pública al movimiento feminista de Irene. O sea tu me entiendes.

El colmo ha sido el rodillazo americano. Un triunfo del postureo fácil. Si no te arrodillas eres un pedazo de nazi racista, pero si fundes en negro tus redes, es que vas directo al cielo progre, claro.

No digamos ya si se discute sobre la posible injerencia de un ministro en las pesquisas judiciales. Ahora, ser patriota viene a ser como el hedor que emerge del sumidero; el propio presidente nos ha colocado sobre un inmenso albañal, que de existir, podría haberlo fulminado hace dos años cuando llegó al poder.

Pero sea lo que sea que nos depare el futuro, a este gobierno se le ha terminado la luna de miel con gran parte de una sociedad lastimada en su orgullo.

Sepa el señor de las aldabas, que hasta el derrotado presidente Ford, pasó al olvido de forma instantánea y que Carter, fue censurado aún antes de iniciar sus funciones, precisamente por la selección de su Gabinete y obligado a retirar de inmediato su nombramiento para Jefe de la CIA.

Sepa este líquido presidente que con políticas vacilantes no puede pretender legítimamente hablar en nombre de un consenso, dado que somete a las Instituciones a peligrosos bamboleos. Dijo Ortega «un grito se lanza como aullido de innumerables perros, pidiendo que alguien o algo asuma el mando» .

Se perfila ya muy nítida su incapacidad para salvarnos del hundimiento, y como en todo titánico intento, acabaremos viendo a las ratas saltar hacia el bote salvavidas, al tiempo que nosotros, los de siempre, tocamos ‘Más cerca, mi Dios, a ti’, la canción interpretada por la Wallace Hartley Band mientras se hundía el Titánic.

Un grito va hacia las estrellas: Se busca presidente. Alguien, algo que sofoque esta ojeriza.

*Periodista.