Puede que termine esta guerra, que amanezca sobre Oriente Próximo un nuevo día abierto a la esperanza, en el que los gerifaltes de ambos pueblos se reúnan en torno a una mesa y firmen y sellen y ratifiquen un alto el fuego definitivo; pero detrás de esta parafernalia quedará la herida abierta, la mirada de aquellos que vieron a sus seres queridos derramados junto al odio de las aceras, de quienes miran a su alrededor y sólo ven un paisaje devastado por la desolación y el silencio.

Y mientras tanto la historia escribe una de sus páginas más desoladoras. Por un lado el Consejo de Seguridad de una ONU cada vez más incapaz y más debilitada, que no puede o no se atreve a oponerse a la voluntad de las superpotencias, que lleva en el Líbano desde 1978 tratando de hacer efectiva la resolución 1559 en la que se exigía el desarme de Hizbolá, cuestión que obviamente no ha conseguido, ni llevó a buen puerto las negociaciones para evitar el comienzo de esta guerra, ni propició el cese inmediato de las hostilidades una vez iniciada, ni consiguió un plan capaz de aunar los diferentes sentimientos de los países con derecho a veto, ni supo imponerse sobre algo tan elemental como el hacer que se cumpliera la legalidad internacional aprobada en la Convención de Ginebra sobre la prohibición de ataques deliberados a objetivos civiles. Ha sido necesario que pasen treinta y tres días de combates destructivos para ver como se inicia un proceso de paz en el que pocos creen, y que se diferencia de los anteriores sólo en cuestión de matices, como la interposición de una fuerza de seguridad internacional al sur del Líbano, al mando de la ONU que garantice el cumplimiento de las resoluciones y que corte las alas al terrorismo.

La historia es un péndulo que oscila con una majestuosa intencionalidad. Una vez más se ha constatado la indiferencia de los que no se atreven, de una comunidad internacional que mira hacia otro lado con demasiada frecuencia, mientras más de 1.200 víctimas, caen abatidas fajo el fuego de los misiles, y otro millón de personas han tenido que abandonar sus hogares para refugiarse del terror. A la vieja Europa mientras tanto, sólo le preocupan los daños colaterales: la subida experimentada en el precio del crudo y su repercusión sobre la economía, o los costes que deberá soportar a la hora de la reconstrucción de un Líbano roto, o el resurgimiento de nuevos brotes del terrorismo fundamentalista islámico, como el recientemente abortado por la policía británica.

XLA OPINIONx pública, se ha sumido en la pasividad más absoluta, ajena a los fundamentos en los que se sustenta el derecho internacional, que hacían repudiar cualquier transgresión a la legalidad viniera de donde viniera; pero las imágenes que golpean con inusitado realismo son tan frecuentes, que han terminado ahormando las conciencias y tolerando una guerra sucia, donde todo vale. Cuando se produce algo tan éticamente reprobable como la muerte de niños en Qana, se levanta una cortina de humo de injustificado cinismo y se atribuye a un trágico error. Llegados a este extremo sería conveniente saber cuál es distancia ética que nos separa del uso indiscriminado de sustancias químicas, bacteriológicas o de la energía nuclear con fines bélicos.

Aunque nada volverá a ser lo que era, el deseo de que todo termine, impulsa a la comunidad internacional a la búsqueda de algún tipo de solución, aunque no sería deseable otra paz forzada y en precario con el único objetivo de cerrar en falso este conflicto, y más teniendo en cuenta que vamos ya por la sexta guerra árabe-israelí en aproximadamente medio siglo, donde se han incumplido sistemáticamente los acuerdos de una pactada hoja de ruta que ha supuesto el aniquilamiento de tanta prosperidad y de tanto capital humano. Inevitablemente nos estamos refiriendo a una de las zonas donde cohabitan yuxtapuestas y enfrentadas entre sí, etnias, culturas, religiones, sistemas ideológicos y políticos diferentes, donde existe un conflicto de intereses expansionistas que lleva a que víctimas y verdugos vivan prácticamente bajo el mismo techo.

La guerra convencional presenta aquí variantes curiosas, donde el imperio de la razón ha sido sustituido por el de la barbarie, donde se intercambia paz por territorios, donde el que se ve desfavorecido por la fuerza de las armas, utiliza tácticas como la de los escudos humanos. Pero las verdaderas culpables de esta masacre son las naciones que ensayan su poder y sus ansias de dominio en estos escenarios, quienes desde la legitimidad que les confiere el poder del petróleo o desde convicciones religiosas como en el caso de Irán ejercen sus influencias en el grupo de Hizbolá, o la larga y articulada mano de EEUU que es el país que rearma oral y militarmente los arsenales de Israel al objeto de que sea el gendarme en Oriente Medio contra cualquier tipo de fundamentalismo islámico. Todas estas consideraciones han hecho de esta zona el área más controvertida y polémica del planeta, esperemos que esta espiral de violencia no se repita en el tiempo, pero para ello sería necesario erradicar primero los problemas de fondo.

*Profesor