TAtquel hombre desconocido lo destaqué por la forma de cojear en el mejor sentido de la palabra que tenía. Llevaba un perro de una cadena, y de verlo un día, y dos, y tres, y ya casi un cuarto de vida, un día lo saludé:

--Adiós, amigo...

--Adiós, adiós, que usted siga bien...

No sé por qué noté que padecía de una gran soledad, tan es así que ya nunca dejamos de saludarnos, y seguí toda su cojera con verdadero interés y preguntas:

--Qué, amigo, cómo van esas fuerzas...

--Pues ahora me están dando unas corrientes, que ríase de las que daba la Gestapo en los nísperos a los judíos.

Pero le debieron de resultar muy bien, porque apenas dos días después lo vi saltando un seto con su perro en el MEIAC:

--Caramba, cómo está usted... Y qué manera de saltar...

--Ya ve, estoy mejor que Be- ckham...

Días después fui al Infanta Cristina a ver a otro amigo doliente, que tras arduas investigaciones le declararon una infección en la diez lumbar, un tipo de virus áureo, que se come lo que le echen. Por fin mi amigo lo ha logrado vencer y en el paseo del pasillo de la quinta, al pasar por la 515 me fijo... ¿Y quién está allí...? Mi amigo el del perro que dejó de cojear... Pero si ayer...

--Ya ves amigo... No, no puedo darle la mano... Y no puedo tomar calmantes. El perro tiró de mí al ver a una caniche blanca de ojos muy pizpiretos...

Caramba, caramba... ¿Dónde estaré yo mañana?

El día 12 de este mes hará un año que me empotré contra el armario del pasillo. Por favor, recen por mí, y de paso por Rajoy.

*Escritor