Como cada verano, vuelven las noticias grotescas relacionadas con el tren de la bruja que une nuestra región con la capital del reino. Si otros años salían ardiendo los trenes como si anduviera por ahí la Daenerys de Juego de tronos atacándolos a lomos de su dragón, hace unos díasel tren embistió a un tractor que se encontraba sobre un paso a nivel. El tractorista manchego, que por suerte solo sufrió heridas leves, debía pensar que por esa vía ya no pasaban trenes. Para los que pasan, tres al día en cada dirección, no hay gran diferencia. Antes eran cuatro.

Por otra parte, siempre se habla del tren a Madrid, pero para otros destinos es aún peor. Para ir de Cáceres a Sevilla se tardan casi cinco horas, el doble que en coche, solo hay un tren, y en un horario absurdo. Como absurdos son los horarios para ir a Salamanca: puede usted elegir entre las 11, las 11.30 y las 11.45. ¿No le conviene? El siguiente es a las 23.45, y no hay más. ¿A Lisboa? Con Alsa a las dos de la mañana, para llegar de madrugada, o con Avanza a las 18.45 h, para llegar a las 22 h. Horarios que quitan las ganas de viajar en transporte colectivo, y luego dicen que este no es rentable: el círculo vicioso de siempre.

Mientras, Cáceres sigue su ritmo mortecino de siempre, que hiere de muerte a casi cualquier negocio innovador, por ejemplo en cuanto a restaurantes. La que fuera capital gastronómica de España no da cancha a cocinas de otros lugares. Hace poco cerró el restaurante mexicano Los Plebes, en Avenida de Alemania, que servía unos platos excelentes y a buen precio. Cerró hace ya tiempo el restaurante Brotes Verdes, el único vegetariano de la ciudad, y cerró también la crêperie que había en Calle Argentina, que llevaban un francés y su esposa española, y que acabaron volviéndose a Francia.

Recuerdo cuando hablé con una estudiante de la India, que tras pasar un año en nuestra ciudad me decía que “los cacereños son todos iguales” y me ponía el ejemplo de que no había conocido a ningún vegano. Aunque me pareció exagerada su afirmación, es cierto que aquí se siente bien quien gusta de la rutina, y se busca la ruina quien pretende innovar en algo. Una actitud que casa con el conformismo de muchos, la pasividad que va dejando que nos coman el terreno, para quejarse demasiado tarde. Como aquel chiste del mexicano que, adormilado bajo su sombrero, tenía al lado a su perro también medio dormido. Pasó una liebre a toda velocidad. El perro, media hora después, articuló un desganado: «Guaaau». Su dueño, otra media hora después, comentó admirado: «Hoy estás peleón…» Así de peleones somos los extremeños, dejando que nos pasen de largo todos los trenes para echarnos luego las manos a la cabeza. Dejando que nos quitaran el tren Lusitania, que nos unía con Lisboa y que además permitía un mejor horario para ir y volver a Madrid; permitiendo muchos años antes que suprimieran el Ruta de la Plata que vertebraba el Oeste peninsular y daba vida a muchos pueblos.

Este país siempre ha sido de mucho aparentar. El AVE consume el 90 % del presupuesto de RENFE, con lo que se puede uno imaginar cómo queda el resto. Decía Ábalos que «lo que no va a hacer la compañía ferroviaria pública es sacar trenes vacíos y sin viajeros». Precisamente por ser pública es lo que debe hacer: yo he cogido trenes en Alemania que iban casi vacíos, pero que cumplían una función de vertebrar el territorio, posibilitar conexiones y no dejar tirados a los ciudadanos más distantes.

Decía Tony Judt que los ferrocarriles surgieron como «un proyecto colectivo para el beneficio individual. No pueden existir sin el acuerdo de la comunidad». Quizás ese sea también el problema, que Extremadura tiene poco de comunidad, y siempre han pesado más el localismo, el partidismo y el yoísmo.

* Escritor