El enquistamiento de una horda autodenominada antisistema , en Barcelona, es culpa de las autoridades políticas, que tienen autoridad sobre las fuerzas del orden. Permitir que, durante varios días, asalten el edificio de un banco y se instalen en él, con la anuencia y la complicidad de quienes tienen el deber de velar por el orden público, es sólo un antecedente necesario para que luego ocurriera lo que ocurrió en Barcelona.

Que al comerciante barcelonés se le multe por no rotular en catalán, pero no se le ampare, cuando le rompen el escaparate y le saquean la tienda, es uno de esos contrasentidos que pone en evidencia la empanada mental de quienes pusieron en manos de un grupo político irresponsable el gobierno de la comunidad.

Además, en estos grupos abundan mucho más los fascistas que los anarquistas, o, por decirlo de otra manera, hay un alto porcentaje de fascistas que aprovechan reivindicaciones supuestamente libertarias para darle una patada a una puerta e instalarse en el interior.

Eso lo saben muy bien en Madrid casi todas las organizaciones en contra de la violencia y la intolerancia, que, hace tiempo, descubrieron en el movimiento okupa, el nazismo latente que se respiraba entre sus filas. Claro que Madrid está muy lejos de Barcelona, cuando la distancia la contemplan determinados políticos catalanes.

En la Revolución Francesa algunas personas pasaron en pocos meses de las barricadas al gobierno, y unas lo hicieron con inteligencia, otras con torpeza y no faltó quienes creyeron que todavía estaban en la calle, luchando por llegar al poder, cuando ya lo habían obtenido. Algo parecido le sucede al ciudadano Saura , que confunde la oposición con el gobierno, y sus simpatías por los rebeldes le impiden salvaguardar los intereses de los ciudadanos con cuyos impuestos se paga su nómina. Puede que a él le parezca confuso, pero cada día que pasa lo tienen más claro quienes le pagan ese sueldo. Y no tardarán en hacérselo saber.