TEtn la escalera donde vivo nos colaron un piso turístico, primero ilegal y, al cabo de unos meses, zas, bendecido, con la irreversibilidad del hecho consumado. Proliferan porque la manga para la autorización es demasiado ancha y casi basta con la cédula de habitabilidad. ¿Problemas? En la comunidad hubo goteras, gritos y amenazas que, por fortuna, han ido perdiendo fuelle, y ahora, aparte del trasiego, la principal molestia la constituyen la conversión del patio de luces en un inmenso cenicero, rebosante de colillas, como el de Cortázar cuando acababa 'Rayuela', y la cháchara hasta las tantas. ¿Qué tendrán que contarse los veinteañeros italianos a esas horas? Los apartamentos para guiris se publicitan en internet como la forma más integral de sumergirse en la vida capitalina, una vida en la que, al parecer, todo es tapeo y 'arriquitaun'. Nadie madruga.

Quizá la culpa la tiene el bochorno, que obliga a dormir con las ventanas abiertas, y se oye todo, y todo molesta. Como la otra noche, cuando un helicóptero sobrevoló las azoteas como en una persecución de película, que de eso iba el asunto. A los pocos días se desveló el misterio: se trataba del rodaje de 'The Gunman', la peli de Sean Penn y el lío con los toros. Nada que objetar, salvo que el abejorro metálico diera la murga hasta las dos de la madrugada. Todo pasa y nada importa, porque aquí los trajes se cortan a medida. Tal vez sea la calorina, ya digo, pero vivir en la ciudad viene pareciéndose a ser presidente de escalera, cuando te llueven los marrones sin comerlos ni beberlos.