La dorada ciudad de mi infancia recibió a los congresistas del Mobile World Congress en un ambiente opuesto a la fraternidad que proclama la alcaldesa exokupa, incapaz de negociar con éxito, ahora que la contestada es ella, para evitar la huelga de transportes que afea y complica un encuentro de tal importancia.

Mas no es de eso de lo que quería escribir, sino de la foto de Zuckerberg , sonriente y encamisetado, al lado de una multitud de estatuas sedentes, con ojos cubiertos por máscaras y cables de autómatas de los que parece que se va a escapar un "yo SOY tu padre" o algo peor. 5.000 espectros absortos en la realidad virtual y extraños a todo lo demás. Imagen tenebrosa y futurista de una humanidad sin rostro, ajena a lo que tiene al lado, ensimismada en su conexión con lo lejano. Yo no aprecio en ello el ansia de evasión romántica que llevó a soñar mundos imposibles a los que querían huir de un presente que odiaban. Lo hacían a través de la fantasía y de la imaginación. En esa foto veo individuos paralizados y alienados.

Aunque a lo mejor estoy siendo excesivamente derrotista, pues, junto a la misma foto desazonante, contemplo una novedad esperanzadora. Una app que con solo mirar la cara ya sabrá cuál es el estado de ánimo del usuario. Leerá los rostros mejor que una madre al hijo desobediente --que las relaciones humanas de familia son antigualla-- hasta detectar si uno está contento, triste, sorprendido... y en función del estado de ánimo en el que se encuentre, ofrecerá el plan de ocio que más se ajuste a tus necesidades. La cosa está inventada solo para el sector turístico, pero es cosa de poco tiempo el que se aplique a otras facetas de la vida.

Así que cómprese un smartphone, descárguese la cosa y olvídese, querido lector, de la depresión, la pena, el hastío, el rencor, o el odio. A golpe de app tendrá usted la solución a sus males. Aun diría más: ¡Ya lo tengo! Descárguese en todos las tablets, que, esas sí, han aceptado los flamantes recién elegidos diputados. Quizá quite también el rencor y el resentimiento. Y eso sí que sería milagroso.