TNto hablaré de las tertulias de hoy, empedradas de debates, donde se pontifica y se discute sin tregua. Ahora me refiero a las de antaño, las que en reboticas, trastiendas y domicilios, se pegaba la hebra sobre mil incidentes, bajo el aroma del café, copas de coñac y algún puro. Se charlaba con alborozo de teatro, política y sucesos del día, o de fallecimientos, bodas de alto copete y algún sonado divorcio, sin excluir ningún tema. Abundaba el humor y la chanza, pues se contaban curiosas anécdotas, sin que faltaran algunas bromas, adobadas de encendidas discusiones sobre los toreros de moda, pues eran los tiempos de Joselito y Belmonte , Ortega y Manolete .

Se solían orillar los temas procaces y de mal gusto, aunque eran habituales las expresiones castizas, algún chiste subido de tono, o exabruptos propios del carácter español. Era costumbre que a las tertulias asistieran destacados personajes de la sociedad; hasta el punto, que no se concebía que un prohombre ilustre no fuera asiduo de alguna de ellas. Se fijaban la hora y el lugar de las tertulias y cada asistente tenía su sitio y su silla. Y una regla de oro: se "evitaban los apartes", según Luis Carandell , en su libro: "Las habas contadas", donde narra con donaire las más sabrosos detalles.

En esta capital, es Miguel Muñoz de San Pedro quien nos alecciona sobre dichas tertulias, en su obra:"La Ciudad de Cáceres...". La celebraban en sus palacios los aristócratas y el vecindario tenía sus corrillos en la Plaza Mayor, así como en las portadas de las casas de barrios típicos. Por su parte, los intelectuales y políticos concurrían a la botica de Carrasco , en la calle Pintores, al estanco de la Plaza y a la imprenta de Jiménez , donde se reunían el senador, el diputado, el alcalde y varios terratenientes. Al tiempo, se acudía a los círculos: La Concordia, Artesanos y La Unión, en los que se comentaban, entre rumores y cotilleos, las órdenes del gobierno, eventos notorios, pleitos ruidosos y la cosecha del año.

Y, cómo no, siempre les preocupó el asunto del agua, como el "eterno problema cacereño"... Nadie ponía en duda el brillo en las tertulias de don Eduardo Sánchez Cortés , oriundo de Don Benito y residente en Cáceres, tras incorporarse al Colegio de Abogados. Su chispeante elocuencia deslumbraba a cuantos asistían a ellas, en una sociedad de pocos horizontes, alguna función teatral, el paseo diario, y misa de 12 en Santa María, los domingos.