Para concluir que los españoles somos un poco ciclotímicos no necesitamos encargar un sesudo estudio a la Universidad de Harvard. Lo demostramos en cada ocasión propicia y la celebración del Mundial de Sudáfrica lo está siendo. Llegamos como campeones sin haber dado una patada al balón y las trompetas del Apocalipsis sonaron en cuanto los suizos batieron a Casillas. El seleccionador anterior le dio un sartenazo a Del Bosque y las quinielas en busca de un sucesor comenzaron a elaborarse. La depresión dejó paso a la euforia en cuanto dejamos sentado a Cristiano Ronaldo comiéndose su frustración y entonces dimos un salto propio del juego de la oca para concluir que la corriente nos llevará a la semifinal sorteando esta tarde el puente de Paraguay.

Ante tanta pasión desmedida, conviene encontrar un punto de equilibrio en la historia. La selección que hoy busca un lugar aún inexplorado en el olimpo del fútbol es la misma que nos hizo tocar por segunda vez una Eurocopa, pero tienen dos años más, son más maduros, tienen más experiencia y muchos de ellos una vitrina repleta de títulos conseguidos en este paréntesis. Y cuentan con un entrenador que es un tipo serio, antítesis del divismo que reina en este deporte, con un perfil sobrio que paradójicamente le llevó a ser expulsado del Real Madrid después de acumular dos ligas y una Champions. No encajaba en el perfil de vendedor de camisetas que buscaba Florentino Pérez .

Esta selección tiene madera de campeona; es evidente. Pero está el balón, y los árbitros, y los músculos gastados por una competición interminable, y la suerte, y la mala suerte¿ Y, sobre todo, están otras siete selecciones que por algo están en la élite del fútbol. Esas son las dificultades que aún nos esperan, pero son también los obstáculos que harán aún más grande un hipotético triunfo. Si llega --y yo creo que llegará-- será la hora de retratar a los profetas.