WLw a canciller de Alemania, Angela Merkel, ha cumplido con la ceremonia de inicio de su semestre como presidenta de la Unión Europea compareciendo ante el Parlamento de Estrasburgo para reiterar la obviedad de que la UE, encorsetada en las disposiciones vigentes, no puede permitir el ingreso de nuevos países ni adoptar las decisiones para afrontar los retos de un mundo crecientemente complejo si no cambia de rumbo. Y ha advertido de que si no se llega a una solución antes del 2009, fecha de las próximas elecciones parlamentarias, el proyecto europeísta sufrirá "un fracaso histórico". Palabras graves y solemnes con el propósito loable de incitar a la superación de la ya demasiado duradera parálisis institucional, que es la primera causa del escepticismo que prevalece en la mayoría de los países sobre el proceso de integración y, en su caso, ampliación hacia los Balcanes y Turquía.

El piadoso y bienintencionado deseo de Merkel es tratar de encontrar lo que ha denominado como "el alma de Europa", perdida y errante como debe de encontrarse entre proyectos contradictorios: los que encarnan, por un lado, la Europa política y federal y, por otro, la Europa como un gran mercado. Pero los remedios serán enojosos de administrar y solo los conoceremos cuando la canciller presente lo que llamó "una hoja de ruta" en junio próximo, coincidiendo con el fin del semestre de presidencia alemana.

Dos asuntos inquietan especialmente a Merkel: el proceso decisorio y la creación de un Ministerio de Asuntos Exteriores que represente a Europa en el mundo. Ambas cuestiones las pretende incluir en un tratado que sustituya a la fallida Constitución, que tildó de farragosa, y rescate de ella algunos de sus aspectos esenciales. La dirigente alemana no olvidó la conveniencia de que esa Europa revigorizada selle un nuevo acuerdo de asociación con Rusia para colmar una necesidad estratégica --la urgencia en garantizar el suministro de energía, entre varios países a Alemania--, pero también para legitimar la marcha hacia el este que encandila tradicionalmente a los políticos de Berlín.

La campaña alemana deberá asentarse en una ardua negociación con todos los actores. Los líderes de los estados que ya han ratificado la Constitución se reunirán en esta semana en Madrid y sin dudan exigirán la preservación del texto que fue rechazado por Francia y Holanda, y que suscita reticencias en Gran Bretaña, Polonia, Dinamarca y la República Checa, pero que en su caso les costó un esfuerzo de argumentación que ahora no puede tirarse por la borda. Merkel pretende salir del atolladero con un nuevo tratado que sea un acuerdo de mínimos, susceptible de sacar a Europa del coma en que cayó en el 2004. Veremos si el peso político de Alemania y la influencia de la primera economía continental logran salvar el ideal --que si no cambia el rumbo se antoja cada día que pasa más quimérico-- de una Europa unida.