TCtomo siempre, las noticias dan el pie y la imaginación completa. El titular señala quién, qué, cómo, dónde, cuándo y a veces, pocas, por qué. Nosotros vamos rellenando huecos, intentando contestar preguntas como quien tira de un hilo, no para salir del laberinto sino para entrar en él.

Ahora que todo se ha vuelto Minotauro y las negritas vienen impregnadas de asco y corrupción, me gusta perderme en entradillas que prometen más de lo que cuentan. Por ejemplo, ahí está la señora belga que recorrió más de mil kilómetros por una equivocación del GPS. Salió de su casa para un corto trayecto y acabó en Zagreb, después de atravesar media Europa. Dos días después, dio media vuelta, ya convencida de que había seguido una dirección errónea, pero decidió aprovecharlo, así que regresó por otra ruta, para ver mundo. En el camino, sufrió un pequeño accidente, durmió en el coche y condujo siempre atenta a las instrucciones de una máquina que la iba alejando cada vez más de su destino.

Podríamos reflexionar sobre el poder de los ordenadores o sobre nuestra dependencia de ellos, pero me quedo con ese aire desvalido que muestra la señora en las fotografías, ese mirar de quien ha superado el laberinto y vuelve indemne, atreviéndose a reconocer su error (estaba despistada, dice, tomo pastillas). Y detrás, como siempre, la fascinante respuesta a la historia de alguien tan ensimismado que contempla letreros en otro idioma mientras atraviesa fronteras, sin querer darse cuenta, hasta que toma aire y vuelve a casa. Al lado de esta tragicomedia épica, que vale su peso en oro, cualquier titular de corrupción es solo farsa y calderilla.