TDta pereza acudir de nuevo a las urnas para votar al partido menos malo de los que se postulan para gobernar España. Es difícil encontrar un partido que no haya traicionado sus promesas de pactos electorales. Exceptuando al PP, que encontró en las matemáticas una excusa para la parálisis, todos han intentado pactar con quienes aseguraron no iban a hacerlo. Deberíamos tener ahora más fácil el voto, pues sabemos de qué pie cojean nuestros políticos. ¿Pero qué hacer cuando todos cojean de ambas piernas?

La política es el arte de la persuasión mediante la mentira. Los partidos dedican más tiempo a articular la maquinaria del poder que a solucionar nuestros problemas. Por si fuera poco, algunas leyes acaban siendo papel mojado. Un ejemplo: la ley de dependencia. Puesta en marcha por Zapatero en 2007, se ha revelado con el paso del tiempo como un auténtico fiasco, sea por culpa de la crisis o porque los gobernantes prefieren desviar nuestro dinero hacia sus propios intereses.

Tramitar la ley de la dependencia es, por decirlo a la americana, un work in progress , esto es un, una obra en proceso. Los padres o familiares que cuidan a una persona dependiente deben dedicar horas y horas a un proceso burocrático destinado a morir en una insoportable espera. Una espera a menudo de varios años en los que los solicitantes recibirán de manera periódica cartas infumables redactadas con ese espíritu asténico que lastra a la administración española.

Kafka creó una nueva literatura a partir de una angustia ancestral: la del ciudadano que, noctámbulo, deambula vigilado por una autoridad anónima que le despoja de su identidad. Así nos sentimos muchos. Pero no pasa nada: siempre queda la posibilidad de acudir a las urnas para votar a los mismos candidatos tras una campaña que costará millones de euros. Esos euros que los políticos hurtan a los ciudadanos para costear sus propias ambiciones.