TEtxtremadura es el atrio de mi vida, toda ella es la tierra que adorna mi existencia, mis idas y venidas por la cordillera del tiempo. Extremadura es el hueco que hacen mis manos cuando dejo caer el agua del grifo para beber, la circunferencia que acoge mis noches de sacudida sentimental y el despuntar de los días más tiernos. Toda ella es la burbuja que envuelve mi caminar y me acompaña en la distancia como un halo protector.

Es el atrio en el que inicié mis juegos de niña de pueblo, el plato en el que rebozaba mis rodillas con la harina parda del suelo, entre caídas y preguntas. El atrio de las primeras heridas en la espinilla y los encuentros furtivos al juego de "Las prendas", el impecable marco de un cuadro hecho a brochazos de recuerdos y golondrinas de vuelo bajo. Toda ella es el patio pespunteado de azulejos donde se quedaron a vivir para siempre las perlas doradas de una mimosa sobre el lecho de margaritas dibujadas dulcemente en los maceteros de mi madre.

Recuerdo golpeando la fugacidad de los veranos en las verjas de una calle blanca donde no había coches, ni ruidos, sólo niños y bicicletas, y una vecina muy anciana que se llamaba Doña Alegría. Aquellos veranos de pantalón corto y trenzas rubias, sandalias y cine al aire libre con cucurucho de pipas en un regazo convertido en fiesta.

Extremadura es un punto fijo clavado como cicatriz en el espejo del retrovisor de mi coche cada domingo, cada día que inicio una partida, cada día que espolvoreo un adiós en la mirada de mi madre.

Toda ella es también Extremadura, toda ella, mi madre es mi infancia y el atrio en el que hice mis primeros pucheros, ella me enseño a quererla y a llevarla clavada como un alfiler en la solapa de los agradecimientos. Y así fue que Extremadura se me fue metiendo en el alma, en las entrañas de lo más sagrado porque la venero, como a mi madre que anidó por casualidad en esta parte del mundo y aquí me alumbró arrullada por los versos de Chamizo y los canturreos de romanzas de mi abuela que los rebuscaba en la profunda Extremadura de su pueblo con castillo. Toda ella es mi Norte y mi Sur.

XMI VIDAx ha echado el ancla de los amores verdaderos en ella, junto a las higueras que bailaban en la orilla de un río y los ríos que bailaban en la orilla de mi casa; junto a las mecedoras tris, tras, tris tras... que mágicamente se mecían en presencia de mis abuelas, allí estaban ellas cortando el aire de la siesta extremeña, sin prisas y sin atisbo de color alguno, fundidas en negro de tanto luto... abanicando sus penas y alimentando mi alma de migajas deliciosas.

Extremadura son mis abuelos sentados al anochecer en la puerta contando historias del pasado, mientras en la plaza se entrelazaban los cuerpos de los novios que hacían verbena sólo con mirarse.

Toda ella es el atrio de mi infancia, donde los primeros pasos te llevan a un carrusel y una caseta de feria, a una pandilla "verano azul" y a las cartas del primer amor al que nunca besaste. Sí creo que se llamaba José Manuel, Sema... no podría afirmar si era alto o bajo, guapo o feo, pero yo le adoraba y sentía arder el estómago cuando llegaba en su bicicleta, con sus arañazos y sus ojos ¿negros? Dejé de verle con trece años, ignoro qué ha sido de su vida. Pero recuerdo el gusanillo de cada domingo en la misa de doce. Y luego el atrio, siempre el atrio de la iglesia.

Así es Extremadura, la suma de todo cuanto en ella viví y experimenté, la suma de los días, que diría mi amiga invisible, la escritora Isabel Allende. Extremadura es toda ella "mi casa de los espíritus" porque en ella descansan mis muertos, junto a un trocito de paraíso en el que ellos vivieron su infancia, y por eso somos como somos, porque hemos nacido y crecido en la dehesa, jugando entre encinas a las casitas, y viendo esquilar a las ovejitas, sabiendo que los cerdos no eran de color rosa, cogiendo bellotas y algarrobas, saltando cercas y atesorando estrellas en vez de sueños.

Todo esto es Extremadura. Mi Norte y mi Sur, mis padres y abuelos, mis veranos de lectura y leche merengada, mis primeros amores y desamores, la canción eterna de un río; la radio en el cuarto de la plancha donde Candi, Tomasa y Valentina lloraban con las cartas descarnadas de Elena Francis y Lucecita, el serial radiofónico que sembró en mí la manía de mis fantasías...

Mi atrio, mi infancia, quiero darte las gracias por todo esto que me has dado Extremadura. Yo solo te doy mi palabra.