Como una hembra de mirlo en tono grisáceo rodeada de los míos al amanecer entre follajes de bosque con ramas y brotes, aleteo sobresaltada rompiéndoseme el sueño al chocar voces de bocas llenas de copas sin razón ni razonamiento, argumento de los cada vez más largos fines de semana en una ciudad en la que tantos asuntos interesantes están por descubrir, organizar, inventar, gestionar y ofrecer a los jóvenes para transitar por las noches festivas con otra clase de respuestas a sus preguntas e inquietudes. Adiós al sueño, un dormir imprescindible que nos sirve a los seres humanos para recuperar el sentido común para nuestras vidas más o menos felices.

Los bares legalizados echan entonces el cierre y despachan sobre las aceras de la urbe cientos de seres tan atiborrados de vasos etílicos que no pueden ni saben digerir, salvo asustando a mirlos, mirlas, vencejos, estorninos, pinzones... volcando motos, contenedores, setos, mobiliario público, dando portazos, gritos, blasfemias y en el fondo --¿lo intuirán esas aves desveladas tan bruscamente?-- un tanto insatisfechos, derrotados, vencidos, solos y sin un euro en el bolsillo. Nada más que esperar la semana que viene, pero no porque no haya más remedio, no porque nadie ni nada tenga talento y talante para cambiar esa situación. Sino por unas soluciones pobres, de cierta penuria, estrechas y escasas. ¿Y quién las aprobó?

María Francisca Ruano **

Cáceres