Nadie previó que el PP y el Real Madrid fueran a hundir la cabeza en el fango en un mismo fin de semana. No eran buenas sus circunstancias, pero parecía poco probable que los líderes del juego de sus equipos, Mariano Rajoy y Cristiano Ronaldo , se pusieran de acuerdo para meterse un gol en propia meta en el período menos oportuno. El autogol de Cristiano ante el Granada --el primero de su carrera-- lo han visto millones de aficionados; el de Rajoy aún no ha sido grabado. Le corresponde al presidente la presunción de inocencia, pero salir retratado en los papeles de Bárcenas como posible beneficiario de sobres con dineros feos ya hace malograr su posición al frente del gobierno, de por sí malogrado.

Ni Cristiano ni Rajoy están teniendo éxito en su desesperado intento de salvar la Liga de fútbol y el país (respectivamente), y por si fuera poco ya nadie apuesta gran cosa porque puedan hacerlo. A Cristiano y los suyos les queda la Copa del Rey y la Champions. Mientras sigan vivos en estas dos ligas podrán respirar ante sus aficionados. Lo de Rajoy está más difícil: el pueblo clama contra él y contra el partido que representa. Si hay algo peor que un presidente ineficaz -y él lo ha sido hasta ahora- es un presidente ineficaz y sobre/cogedor.

Rajoy debe demostrar que no aceptó sobres manchados por la corrupción; si no puede hacerlo, debería dimitir. Hasta que no limpie su imagen -en el mejor de los casos-, no podrá plantearse anotar su primer hat-trick como presidente del gobierno de esta sufrida nación que lleva años encajando goles en fuera de juego mientras el árbitro de turno hace la vista gorda.