Del mismo modo que el mecanismo elegido por José María Aznar para designar sucesor trasluce su actitud patrimonial respecto del PP, el nuevo Gobierno empieza a ser parte de la herencia personal que cede a Mariano Rajoy. El presidente le traspasa los activos que le han sostenido durante casi ocho años al frente del Gobierno: los logros económicos y la unidad férrea de los primeras espadas del partido. Rajoy asume en su totalidad esta continuidad de las políticas y las personas, y sus primeras palabras reiteran la política aznarista de firmeza en el País Vasco y seguidismo de EEUU en Irak.

EL FUTURO DE RATO

En este último Gobierno de Aznar, la primera vicepresidencia para Rodrigo Rato es una compensación, como ya ha señalado este diario, pero también algo más. Rajoy carece de un entorno económico propio y de los contactos directos con el mundo empresarial que posee Rato. Aznar, a través de estos nombramientos, le dice claramente que el vicepresidente primero y su equipo, reforzado con la inclusión de Juan Costa en el Ejecutivo, son imprescindibles ahora y en el futuro.

LAS AUSENCIAS

El calendario político que obligaba a trasladar a Piqué a Cataluña ha facilitado su exclusión del grupo de pesos pesados del partido que cierran filas en el nuevo Ejecutivo. Piqué, con más entrada en Aznar que en los colaboradores de éste, sale del nuevo núcleo duro de la Moncloa, a diferencia de valores ascendentes como Eduardo Zaplana, a quien le corresponde visualizar el tono más sereno que poco a poco querrá imprimir Rajoy a todo lo que pueda. Más traumática es la no entrada en el Gobierno de Mayor Oreja por decisión propia, la única grieta en la unanimidad que ha rodeado el proceso.

UN LIDERAZGO REAL QUE PERSISTE

Aznar se sigue reservando personalmente las políticas autonómica y exterior. Julia García-Valdecasas, premiada por cómo ha sabido representar los intereses del Gobierno central en un campo tan contrario como es Cataluña, probablemente tendrá un papel simplemente auxiliar respecto del presidente en la confrontación contra el plan de Ibarretxe o los proyectos autonomistas del PSOE. Por otra parte, la voluntad de Aznar de pilotar sin intermediarios las relaciones internacionales permiten la continuidad de Ana Palacio, cuyo bajo perfil la convierte en simple secretaria suya en esa cartera. En estas dos materias clave se demuestra que Aznar conserva sin la menor sombra las manos libres para encarar a su manera y voluntad las cosas difíciles.