XTxal vez, los titulados en el arte de Talía y Melpómene, que acudimos asiduamente al Teatro Romano de Mérida, y en la mayoría de sus espectáculos encontramos el mismo testimonio de desaliento, pensamos que en los medios de comunicación el Festival de Teatro Clásico sufre un trastorno narcisista de la personalidad contagiado por su director, que siempre está satisfecho con el balance de su gestión: "Los objetivos se han cumplido", afirma en rueda de prensa. Y nos parece, después de oír lo mismo durante 6 años, que el esperpento alcanza límites insospechados.

Nos preguntamos: ¿qué objetivos se han cumplido? En esta edición, ninguno. Desde la altura de las caveas ha sido fácil constatar que el festival sigue caminando sin rumbo. Sólo da palos de ciego, sin encontrar esa gran fiesta teatral de la grecolatinidad. Pero este año ha sido peor. La ansiedad y la ignorancia de los organizadores por ofrecer diversidad de estilos, niveles y procedencias han despojado al festival de auténtica personalidad grecolatina, dejando al espectador abrumado y desconcertado. Y esa teoría del modelo de festival de altos vuelos, vanguardista y arriesgado, que cada año nos venden en los medios de comunicación, en la práctica es un cuento chino.

Los espectáculos de este año han sido lo contrario de ese festival ¡perfección de las perfecciones!, que su director muestra siempre en los programas. Las representaciones que hemos visto: explotando fragmentos estéticos ya vistos en otros montajes (Organo de Luz ); experimentos ajados --de corte comercial-- que tapan el monumento romano con algo que puede verse mejor en espacios a la italiana o en cualquiera de esas plazas de festejos veraniegos (A Electra le sienta bien el luto ); ingenuos ejercicios de vanguardia , utilizando múltiple lenguaje --tres lenguas distintas-- y con tan poco sentido de poner subtítulos en lo alto del teatro (Una Odisea Antillana ); montajes precipitados, que sólo han ensayado 6 semanas (Rómulo el Grande ), etcétera, tienen poco que ver con los procesos de creación, expresión, comunicación y recepción del festival.

Quizás, por estas razones, se ha notado paulatinamente la ausencia de muchos espectadores consuetudinarios y gente del teatro que, acaso, están aburridos de lo que ven, fatigados de lo que sucede, desanimados ante la situación existente. Incluso el público del paquete turístico ha empezado a dar marcha atrás a ciertos espectáculos peñascos, sospechando que se les está tomando el pelo. La misma organización, que otros años había sido especialista en el juego de las medias verdades y en el maquillaje de cifras, no ha tenido más remedio que reconocer un pinchazo de 8.000 espectadores menos. Y hay que decir que es preocupante este desinfle del público en un momento que se suponía favorable, por los esfuerzos económicos realizados por el patronato en proyectar la imagen del festival, tanto en la efeméride pasada como en el espectáculo inaugural de este año (con el espaldarazo de la asistencia del presidente de Gobierno y varios ministros). Todo ello no ha valido para abarrotar el evento.

A estas alturas, es manifiesto que este responsable de organizar el festival no ha logrado cumplir las expectativas que abrió y el estupor que causan sus declaraciones --de autismo empecinado-- nos invade año tras año. Sobre todo, cuando dice que no piensa dar media vuelta en los llamados espectáculos estrella , como Una Odisea Antillana (que se suma a los anteriores fracasos de P. Stein, C. Santos, R. Wilson , etcétera), afirmando que volvería a apostar por un mismo proyecto con esas características.

Y nos preguntamos: ¿a quién sirve una actitud así? Desde luego no a la cultura ni al teatro de esta tierra. Ni al patronato que preside Rodríguez Ibarra (que me figuro desea una imagen positiva de lo que hacemos en Extremadura, sin amaños). Esta visión fatua e inquisitorial que propone el director del festival en sus balances, ofenden a la inteligencia y a la cultura en general, corroborando que su organización sigue siendo un campo abonado a las arbitrariedades, los despropósitos y la involución; y contribuyendo a que en nuestra política cultural parezca que todo va bien , paripé ineficaz y molesto que es igual que el España va bien ...

*Director de teatro