La naturaleza ha provisto a ciertas [wv06]especies animales y vegetales de variados y llamativos colores para avisar a sus enemigos de su peligrosidad. Algunas setas policromas, muy apetitosas para la vista, son letales si se ingieren; animales con especial atractivo cromático, poseen venenos mortíferos. En estos casos, la belleza exterior es un claro exponente de la virulencia interior. Algo parecido ocurre con las banderas, esos recortes de tela coloreada utilizados para representar simbólicamente territorios, ideas o doctrinas. En ocasiones pueden ser bonitas composiciones de color representativas de nocivos grupúsculos y doctrinas.

También puede ocurrir que una bandera con mucha riqueza cromática represente a un territorio con mucha pobreza económica. Cuando era niño, en el colegio utilizábamos unos diccionarios básicos Everest cuyas páginas centrales contenían mapas con todas las banderas del mundo a todo color. Con frecuencia jugábamos a elegir banderas y casi siempre las banderas de países del tercer mundo, por su cromatismo, eran las más elegidas. Hoy, ya adultos, dudo si nos dejaríamos llevar por el colorismo de las telas sin anteponer lo que representan.

Lo cierto es que no hay país o región, por muy nuevo que sea, que no tenga bandera y la utilice con más o menos insistencia para reivindicar su idiosincrasia. Incluso los animales de la novela Rebelión en la Granja, de George Orwell, enseguida inventan una bandera cuando fundan su república animal.

Una bandera puede ser enarbolada con excesivo orgullo patriótico; y, paradójicamente, ser exportada y universalizada, como ocurre con la de Inglaterra o EEUU, motivos ambas de decoración en muchas prendas y complementos. Pero lo que me resulta realmente paradójico es que algunos equipos españoles de fútbol lleven estampada en su indumentaria la bandera española, cuando la mayoría de sus jugadores son extranjeros. ¿Será que no entiendo de fútbol?