Escritor

Si en el año 1943, en que yo lloraba de emoción cuando en el Desfile de la Victoria aparecía la enseña nacional, si se le hubiera ocurrido a quienes fuere, lanzarse al albero del desfile con una bandera de las barras y de las estrellas, cuando todavía coleaban las Brigadas Internacionales y el recuerdo de lo que nos hicieron en Cuba, estoy seguro que alguno de aquéllos capitanes gloriosos que en la barra del bar de moda Golf ponía la pistola encima de la barra, y se colocaba el paquete mientras guiñaban el ojo a alguna damita de la época, estoy seguro que le hubieran descargado en las sienes el cargador de la Remington con las cachas de nácar.

Cuatro años después en que el hambre nos la quitábamos como las moscas, en que Truman nos sacaba del Plan Marshall para Europa, este niño (¡sufre mamón!) fue instruido en las clases del Espíritu Nacional para que prendiésemos fuego una de esas banderas, y no lo hicimos, porque la única bandera que había en el colegio de los Hermanos Maristas era la del padre Marcelino Champagnac, tuvimos que aprender otras artes, como la de gritar en la calle "Arriba, abajo, Truman al carajo", y después con la población borracha de dignidad, el gobernador López Tienda gritara a pleno pulmón que lo mejor que podía hacer los Estados Unidos era irse a la mierda, cuando realmente, los que nos habíamos ido éramos nosotros.

Algo más de cincuenta años después, el señor Bush, con la ayuda de las alegres comadres del PP, España está hoy en guerra con una nación extraña, tras ocuparla "humanitariamente" me parece una postura muy digna quedarse sentado al paso de esa bandera, que nos sumió en una tragedia tras la expulsión de España de Cuba, y ahora nos piden que les ayudemos en una guerra que sólo han ido forajidos y desesperados, y en ésta ahora no se sepa cómo salir de allí dignamente.

Porque ésta es la verdad. No se sabe cómo salir, tras una equivocación tremenda.