WEwl próximo miércoles se cumple un año de la elección del cardenal Joseph Ratzinger para suceder a Juan Pablo II . La impresión que enseguida se tuvo de que el nuevo Papa iba a dar continuidad a la orientación dada a la Iglesia católica por su antecesor se ha confirmado en la práctica en la doctrina, los nombramientos y la influencia inalterable de las organizaciones más conservadoras. El único cambio rotundo se ha producido en las formas: la solemnidad litúrgica ha ocupado buena parte del populismo viajero practicado por Karol Wojtyla durante su largo pontificado. Benedicto XVI se ha instalado en la tradición para gobernar una Iglesia extremadamente recelosa de la modernidad. Desde su primera homilía, el Papa alemán ha combatido el relativismo, asociado al debate de los valores, y ha puesto límites al pluralismo y la descentralización de la Iglesia, avances consagrados por el Vaticano II, si no con las palabras, sí con sus decisiones. Y ha reforzado las filas de los menos innovadores en el colegio de cardenales, que deberá elegir a su sucesor, para que no se trunque la ortodoxia rigurosa que durante tantos años defendió como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.