Un reputado socialista me dijo hace un año: «En dos legislaturas, volvemos al bipartidismo». Evidentemente no le creí. Con la efervescencia política que vivíamos entonces, donde la derecha estaba dividida en tres y la izquierda en dos --y los viejos partidos parecían alejarse de los anhelos de la sociedad, mientras los nuevos recogían sus frutos--, no veía que fuera posible semejante augurio. Lo atribuía más a un deseo personal de la no desaparición del estatus quo que había existido siempre a que fuera consciente de una realidad que sucedía ante sus propias narices con unas formaciones tradicionales que hacían aguas y otras nuevas que navegaban viento en popa camino de las urnas.

Sin embargo, pasado un tiempo, he de decir que, tal y como van las cosas, empiezo a dudar. Desde que Podemos ha cogido la senda institucional coaligándose con el PSOE y Ciudadanos lo que quiere es sumar con el PP allá donde le dejen, esto parece un bipartidismo de cuatro colores: rojo con morado y azul con naranja. Dos reman en un sentido y los otros dos en el otro. Solo queda Vox, partido que no hace falta señalar que se trata de una escisión del PP pero que habrá que decir que ha adquirido identidad propia como ariete contra los excesos independentistas de los partidos catalanistas. No se sabe qué recorrido tendrá esta formación cara al futuro, todo depende del acontecer de la legislatura y de la voluntad centrista o no del resto de la derecha española, pero qué duda cabe que su progresión es un hecho y el PP, más que una ventaja, tiene un gran problema.

Es curioso el giro político que ha experimentado este país. El panorama actual no tiene nada que ver con el que habría si Ciudadanos hubiera pactado con el PSOE en abril del 2019. El partido naranja estaba llamado a ser la llave del gobierno de España. Sin embargo, sus líderes, con Rivera a la cabeza, no entendieron nunca este papel. Todo lo contrario, se rebelaron contra él. Con los resultados de esas elecciones era perfectamente posible un gobierno de centro izquierda con Pedro Sánchez de presidente y Albert Rivera de vicepresidente. Con un respaldo de 180 diputados, los nacionalistas no habrían tenido el papel preponderante de ahora y Ciudadanos habría desempeñado la misión que buena parte de la ciudadanía le había encomendado: ser moderador y bisagra de la nueva política española. En lugar de ello, el partido se enfrascó en el ‘no’ a Pedro Sánchez y se cerró en banda pensando que era posible el sorpasso al PP.

Luego vinieron las autonómicas y municipales de mayo, donde se repartió el tablero municipal español en una mesa en Madrid, y la ya conocida debacle electoral del 10 de noviembre que provocó la dimisión de Rivera y el gobierno de coalición actual del PSOE con Podemos.

Ahora estamos a ver dónde acaba este panorama, pero es lógico pensar que Podemos no va a poder ejercer una oposición al PSOE formando parte de su Consejo de Ministros y Ciudadanos tiene cerrada la puerta de Ferraz y abierta de par en par la de Génova, lo cual hace entrever que partidos viejos y nuevos unan su senda y tiendan a entremezclar sus caminos de futuro.

No veo a Inés Arrimadas resituando al partido de nuevo y poniéndolo del lado del PSOE ahora que se ha abrazado Podemos, el enemigo «comunista bolivariano», y ha formado un gobierno apoyado por los ‘ogros’ de Esquerra Republicana. Y con diez diputados, la verdad, aduce una insignificante representación que es muy difícil de administrar cara al electorado si no encuentra cobijo pronto.

En cuanto a Podemos, Pablo Iglesias lo es todo. Su decisión de reforzar su liderazgo interno, su control del partido, donde ya se había rodeado de su núcleo duro (que ahora ha trasladado al Gobierno) tiene mucho que ver con la convocatoria de Vistalegre III este mes marzo, dos años antes de lo que correspondía. Los malos resultados electorales de abril y los pésimos de noviembre, más la crisis provocada por la salida de Íñigo Errejón, mermaron su figura y alentaron, incluso, alianzas en su contra entre los líderes regionales.

Sin embargo, ahora, con su entrada en el Consejo de Ministros como vicepresidente segundo, ha acabado con toda oposición interna. El jugárselo todo a una carta tras la noche electoral le ha funcionado a las mil maravillas. Sigue adelante y reforzado, formando parte de un tándem con el PSOE y contribuyendo a una alianza de izquierdas frente a otra situada en frente de derechas.

Supongo que es lo que tienen los gobiernos de coalición, que la oposición también tiende a coaligarse y formar un todo. Quizás es un escenario al que no estábamos acostumbrados, un bipartidismo a cuatro o hasta cinco bandas que a ver dónde acaba.