La foto fija que retrataba a la sociedad extremeña hace ahora veinte años tenía muy pocos matices diferenciadores con respecto a algunas décadas atrás. Quizá, el rasgo más significativo residía en la convivencia en una democracia sólida, sin apenas indicios tangibles de vuelta atrás. Desde entonces, muchos han sido los factores que marcan los veinte años de autonomía que a punto están de cumplirse.

Extremadura ha pasado en estos veinte años del blanco y negro al color, como muestran las imágenes que en su edición de hoy ofrece EL PERIODICO EXTREMADURA, pero en un sentido mucho más amplio del que recogen las instantáneas. El autogobierno que trajo consigo el Estatuto de Autonomía ha supuesto quizá el cambio más sustancial con respecto al pasado. La capacidad de decisión de los propios extremeños, la cercanía de las administraciones públicas y el sentimiento compartido de unidad que llegó con el reconocimiento como comunidad no sólo nos han situado en el mapa autonómico, sino que han supuesto un plus de madurez social impensable unas décadas antes, cuando la sangría de la emigración hacia otras regiones y países se había convertido en una seña de identidad para los extremeños.

El difícil parto del Estatuto de Autonomía, que en un primer momento se vio amenazado por casi irreconciliables pulsos entre ambas provincias, abrió la puerta de un escenario muy distinto para los extremeños. A ello se sumó el proceso de transferencia de competencias, lo que ayudó a dotar de sentido propio la acción de gobierno que se impulsó desde Mérida.

Y el balance que cabe hacer en estos veinte años, como no puede ser de otra manera, arroja luces y sombras. Claroscuros propios de una región que intenta definirse, que reclama para sí un espacio en la Europa de las regiones y que al fin sabe proyectarse al exterior con identidad propia.

No resulta difícil trazar la línea que dibuja el boceto de las asignaturas pendientes para nuestra comunidad autónoma, como es una tasa de paro todavía muy elevada o el largo recorrido que aún queda por hacer en el mapa de las infraestructuras. Pero, indudablemente, son muchos también los trazos que han hecho de Extremadura una región de progreso. Un Producto Interior Bruto per cápita seis veces superior al de 1983 es sólo un ejemplo.

A este botón de muestra se unen tasas de crecimiento superiores a la media nacional, imprescindibles para acortar distancias con las demás autonomías y con la media de las regiones de la Unión Europea. Y todo ello acompañado de un sentimiento de proyecto colectivo que no se entendería sin un estatuto como el que vio la luz hace ahora veinte años y que día a día se va acomodando a las nuevas circunstancias de la era en que vivimos.