TUtna de aquellas bodas era de sangre azul, la otra, la que se celebraba en Irak, de sangre roja. Sobre España volaba un avión superelectrónico para garantizar la seguridad en la ceremonia que se celebraba en La Almudena. Sobre Irak volaban los misiles de Bush para, es un suponer, garantizar la seguridad mundial. En Madrid hubo ceremonia, besos y comida. En Irak llovió fuego sobre la boda y murieron cuarenta personas. En La Almudena cantó el coro nacional y las campanas repicaron bajo los truenos inoportunos (¿el eco estremecido de aquel lejano lamento?). En Irak murió hasta el organista y los truenos no traían agua sino fuego.

Sábado de bodas, sábado de sangre, azul y roja, de celebraciones y músicas, de tormentas, fecunda la una y asesina la otra. Un mismo Dios, una misma tecnología, un mismo avión que todo lo escruta y vigila, que todo lo selecciona para dar felicidad a unos y muerte a otros.

En Madrid intentaban arraigar los cipreses del "bosque de los ausentes" en homenaje a los inocentes que se llevó la locura criminal en marzo. En Irak no arraigarán jamás los cipreses mientras esa locura se prolongue hasta que el petróleo alcance su nivel de estabilidad programado. Es así, tan así como que nuestra democracia necesita de homenajes monárquicos y de asesinatos selectivos. Una misma democracia, una misma necesidad, un mismo escenario.

Nadie hace cola para comprar las revistas que reproducen el horror de aquella boda de sangre, de aquella sangre roja de bodas. El Hola se ha agotado a las pocas horas de salir porque reproduce las fotografías de los elegidos y sus sonrisas azules. La misma inquietud, la misma prensa, el mismo objetivo: que nadie sepa nada.

*Dramaturgo