Escritor

Mi madre tenía una obsesión: la cantidad de botas que yo rompía en mi tierna infancia, teniendo en cuenta que tuve la desgracia de pertenecer a una generación que rompía botas sin cuento y partiendo de la base que España era un pedregal y uno de los entretenimientos de los niños era dar patadas a lo que te encontrabas en el suelo, tratando de emular a Zarra, máximo representante de furia española, casi tanta como la de Ibarretxe, o la del trío de las Azores, Aznar-Bush-Durao Barroso. Pasaba que la mayoría de las botas que se fabricaban en la postguerra, lejos de ser de cuero, las fabricaban con denodado arte de cartón en los contrafuertes, de tal manera que era corriente ver cómo las botas a la primera patada quedaban como la boca de una pescadilla antes de morderse la cola. Mi madre no se lo explicaba, así que cuando me sentaba en la Bota de Oro , le decía al dueño:

--Mire, Aureliano, yo quiero para el niño unas botas de becerro.

Y con ese señuelo fueron pasando los años, hasta que me fuera civilizando, y cuando veía una piedra, en lugar de darle una patada de forma inmisericorde, se la llevaba a los maristas y se la entregaba:

--Hermano, esta piedra me la encontré ayer en los glacis.

Y los hermanos maristas me ponían un diez en urbanidad, que esto ya es de ver en esta columna donde me apiado todos los días de alguien y doy los mejores consejos, nunca, nunca escuchados.

Ahora se me ocurre que al llegar tiempos de cambios, me imagino a nuestro presidente dándole vueltas a la cuestión. Teniendo en cuenta su extremada sensibilidad, sobre todo teniendo las respuestas que le dieran en agradecimiento Romera, Checa y un largo etcétera, el hombre se ve siempre ante un duro dilema. Ya hemos visto cómo el PP, sin llegar a gobernar, se tira a degüello. No es una excepción la condición humana en el resto de partidos, y me imagino que tendrá que hacer un trabajo de orfebrería. No ha comenzado mal la cosa con la presidencia de la Diputación de Cáceres, o ese regreso lleno de dignidad de Orduña a las aguas del Guadiana. Es dura la vida, pero el presidente tendrá que hacer algo, y me imagino que la dignidad se pondrá en juego una vez más. O seguimos con la dignidad de siempre.