Es, de momento, el gran proyecto del Ayuntamiento de Cáceres y hace unos días se presentó por todo lo alto en Madrid, en el stand extremeño de la Feria Internacional del Turismo (FITUR): facilitar la construcción de un complejo budista, que incluirá una estatua de cuarenta metros de Buda, y que será sufragado por la Fundación Lumbini Garden, creada hace menos de un año desde la ciudad nepalí de Lumbini, para divulgar en España los principios del budismo, que son los valores de paz, fraternidad e integración, en sus propias palabras.

Se trataba de un proyecto originalmente pensado para Madrid, que se fue al garete con el cambio de signo político en su ayuntamiento. Puesto que Cáceres es, cada vez más, algo así como la periferia extrema y extremeña de Madrid, no carece de lógica que terminen haciéndolo aquí, aunque falta saber el dónde y el cuándo, pues en Extremadura las cosas van tan despacio como el tren que pasa de tarde en tarde y con retraso.

Por cierto que el tren llegó a Cáceres en el siglo XIX gracias a la mina de fósforo que hizo que nuestra ciudad creciera y se creara el barrio de Aldea Moret. Conocido popularmente aún hoy como ‘las Minas’, debe su nombre al ministro liberal Segismundo Moret, que trajo el ferrocarril que nos conectó con las dos capitales ibéricas, Madrid y Lisboa. Eran tiempos en los que la gente creía en el progreso, y en el que nadie hacía ascos a un recurso mineral valioso. Hoy las cosas son distintas, hablar del litio es delito (o delitio) y se prefiere el delirio de una ciudad sin industria y que viva solo del turismo, aunque nadie renuncie a su coche ni a su smartphone con sus baterías de litio a cuestas. Tampoco en Montánchez quieren el parque eólico, renunciando al recurso del viento, como renuncian la mayoría de cacereños (pero no todos, ni mucho menos, aunque a quien discrepe se le silencia de malos modos) al yacimiento de un mineral valioso que podría ser el segundo más importante de Europa.

Como dice el refrán, a quien teniendo cama, duerme en el suelo, no hay que tenerle duelo. Que no lloren por el escandaloso paro de Extremadura ni por el estancamiento de Cáceres, donde el futuro laboral al que aspiramos para nuestros hijos parece ser el de camareros que sirvan cervezas a los alemanes o guías turísticas que expliquen las iglesias (y el Buda) a los chinos. Y que nos sigan lloviendo subvenciones, y que no dejemos de recibir los fondos FEDER, aunque se empleen para publicar libros que ninguna editorial quiere o acondicionar zonas ajardinadas por las que no pasa nadie.

¿Vendrán budistas a nuestra ciudad? Quizás algún estudiante de la Universidad de Chongqing, con la que ahora tiene acuerdo la de Extremadura, se pueda sentir como en casa gracias a ese centro budista. El otro día oía a un profesor burlarse del nivel de español de los estudiantes chinos cuyas matrículas vienen como agua de mayo a la UEx. Todo un clásico entre los catedráticos de literatura española, como si ellos supieran algo de chino. Si acaso inglés (alguno francés, por edad), y malamente.

Mientras, en Castilblanco, aún sueñan con su Elysium City, la nueva versión de Eurovegas. Ese parece el sueño de los alcaldes de la España vacía, sean los Monegros aragoneses o la Siberia extremeña: que como Las Vegas en el Estado de Nevada, surja de la nada una ciudad llena de luces, casinos y dólares (o euros). Aquí las Vegas que tenemos son las del Guadiana, y menos mal que las tenemos. Mientras en Cáceres, capital de la segunda provincia más extensa de España, los polígonos de Capellanías y Charca Musia tienen de industriales solo el nombre, pero al menos vela por nosotros desde las alturas la Virgen de la Montaña y, en breve, también velará Buda.

*Escritor.