Esta semana, Francia rendía honores de Estado al profesor decapitado por mostrar en clase unas caricaturas de Mahoma. En España, casi al mismo tiempo, la ministra de Educación esgrimía argumentos a favor de la reforma educativa que el gobierno social-comunista impulsa para que, entre otras cosas, los alumnos puedan promocionar en la E.S.O. y el Bachillerato aun teniendo varias asignaturas suspensas. Casi en paralelo, se conocía la intención del gobierno de subir el I.V.A. de los libros hasta equiparlo al de los productos considerados “de lujo”, así como que justificaba tal decisión arguyendo que los compradores habituales de libros tienen un nivel económico medio-alto, y que, por tanto, la subida no afectará a las clases menos pudientes. Si analizamos de manera conjunta, y en su contexto, estos tres hechos, y profundizamos en los discursos del homenaje de despedida al profesor francés, y también en las entrevistas, notas de prensa y declaraciones de miembros de los gobiernos francés y español, no podremos por menos que darnos cuenta del lugar que ocupa la educación en las prioridades de los que ostentan el poder en España y Francia, y probablemente también -por qué no decirlo- de muchos ciudadanos de ambas naciones. En el país vecino, se enaltece la educación, se prestigia la labor del enseñante, y se rinde tributo a quien fue asesinado por ejercer la profesión docente, por defender la amplitud de miras y la libertad de pensamiento y expresión. Y en España se aboga, simple y llanamente, por la burricie. Porque ese igualitarismo con el que el gobierno pretende revestir su reforma educativa no contribuye en modo alguno a que más gente se instruya y pueda elevarse en el ascensor social; más bien al contrario: clausura el ascensor, y condena a algunos de los que se esfuerzan a asfixiarse subiendo los peldaños de una escalera llena de trampas y obstáculos. Del mismo modo, denosta la labor de maestros y profesores, y menoscaba su ya maltrecha posición como autoridades públicas. Y, por otra parte, reserva el ámbito de la cultura y el saber para los que puedan o quieran darse un “lujo”, hurtando el derecho al acceso al conocimiento universal y al entretenimiento ilustrado, y condenando al pozo de la ignorancia a la clase humilde y a una parte de la inmensa clase media. En Francia elevan al magisterio y a la cultura a un pedestal. Y aquí, pronto, no se escuchará nada más que el ruido de los rebuznos. Un éxito que, sin duda, celebrará la clase dirigente.