WOwbsesionado con su vano empeño de acabar con el terrorismo internacional por la simple fuerza de las armas, Bush modifica la política exterior sobre Cisjordania mantenida por Washington durante más de 30 años. Al aceptar las anexiones territoriales hechas por Israel, rompe con la posición unánime de la comunidad internacional y se pone al lado de Sharon, que comparte ese militarismo que ha teñido de sangre su mandato. Cuerdo o no, además Bush desafía a la inteligencia ya que dice seguir apoyando la Hoja de ruta en el mismo momento en que acaba de hacerla pedazos. Al apadrinar los propósitos de Sharon de que Israel se anexione las zonas de los territorios palestinos ocupadas por los asentamientos en los que habitan la mayor parte de los 230.000 colonos establecidos en Cisjordania, el presidente norteamericano avala las conquistas bélicas de la guerra de los Seis Días (1967) y contradice la letra y el espíritu de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero, encima, dinamita el ya frágil proceso de paz y exacerba el radicalismo de los grupos islamistas, que saben que sólo la lucha armada --en todas sus dramáticas variantes-- frenará a Israel. Es decir, Bush siembra nuevos futuros desastres.