El proyecto de la candidatura de Cáceres a la Capitalidad Europea de la Cultura en el 2016 fue entregado ayer en el Ministerio de Cultura por el presidente de la Junta y la alcaldesa de la ciudad. En ese dosier están depositadas buena parte de las ilusiones de Cáceres --y por extensión de Extremadura-- de hacerse un hueco de manera definitiva en el elenco de ciudades europeas con marchamo cultural, de que esta región logre una homologación continental en un sector tan exclusivo como es el del arte, la monumentalidad, la historia...

Su apuesta, la de servir de doble puente entre América y Europa y a la vez entre la vieja y la nueva Europa es un acierto porque no habrá otra ciudad candidata que pueda competir en ese objetivo: ninguna tiene a Trujillo o a Guadalupe, ni a Carlos V, a quien nadie podría disputarle su condición de adelantado de la idea de Europa. A la vez, su condición de Patrimonio de la Humanidad, sus nuevas infraestructuras en arte (la Fundación Helga de Alvear principalmente) colocan a Cáceres en una buena situación para disputarle la candidatura a cualquiera.

Pero queda camino por recorrer. Queda la implicación de la iniciativa privada. Cáceres es de las candidatas una de las que menos participación privada tiene su proyecto. Y queda la implicación popular, que solo se ha conseguido con cuentagotas. Estos dos factores --la escasa implicación popular y la exigua implicación privada-- hacen de la candidatura cacereña muy oficialista: un defecto cuya solución requiere ponerse ya manos a la obra. Para que, cuando pase el primer corte, se haya aprovechado el tiempo.