Catedrático de la Uex

La corporación cacereña ha anunciado su intención de iniciar la carrera hacia el nombramiento de Cáceres como capital europea de la cultura en el 2016. Yo me alegro mucho por ello y además creo que merece serlo; que no es un sueño vano ni una aspiración pretenciosa. Por varias razones.

En primer lugar por Extremadura. En este caso, Cáceres ha de representar a toda Extremadura y Extremadura debe apoyar, creo, la iniciativa. Y es que es necesario que a nuestra región se la conozca también por la cultura; por ser centro del saber humano. En el XVI, siglo en el que estuvo muy arraigada la idea de una Europa unida y grande, Extremadura fue conocida en toda ella, no sólo por las armas que fueron a la propia Europa o a América, sino también por figuras de universal talla humanística como el Brocense o Arias Montano, sabios de fama europea. Y el que había sido en aquel siglo el líder político, religioso y cultural de aquella Europa grande y unida terminó por venir a reposar y a repasar su historia y sus sueños en Extremadura. Será bueno que en el siglo XXI Extremadura sea también conocida en Europa como punto de referencia cultural y sea ella el centro al que vengan a reposar las iniciativas culturales de la Europa de ahora.

En segundo lugar por la propia ciudad de Cáceres. Una ciudad que ha sabido conservar un patrimonio cultural como el cacereño y que sabe cuidarlo como lo cuida merece el reconocimiento de capital europea de la cultura. En la historia de los hombres, hay siempre una especie de antorchas, que se van transmitiendo unos a otros, padres a hijos, hijos a nietos, maestros a discípulos, viejos a jóvenes, antorchas que son las que dan vida y continuidad a las familias, a los grupos, a los pueblos, al género humano en definitiva. La cultura, el saber, las experiencias, son antorchas que han ido pasando de mano en mano y que han permitido la ideal y real continuidad del género humano. En Cáceres, es su patrimonio cultural, que ha pasado de generación a generación como antorcha siempre encendida, aunque no siempre con la misma intensidad de luz. Ahora sí es una antorcha con luz brillante, razón poderosa para aspirar a ser capital de la cultura.

Una ciudad que, cuando se decidió a solicitar un centro universitario, pensó en primer lugar en un centro de letras, que así fue el Colegio Universitario, y que, cuando se creó la Universidad de Extremadura, se sintió satisfecha porque en ella se ubicara la Facultad de Letras, es una ciudad que merece ser nombrada capital cultural.

Una ciudad que desde hace más de un siglo ha sabido mantener un ambiente cultural --pero de cultura en estado puro, es decir, de cultura no oficial ni remunerada, sino de aficionado, pero aficionados de una seriedad científica envidiable-- ambiente cultural que permitió descubrir testimonios de su historia tan importantes como las cuevas de Maltravieso, o como el campamento romano, y que dio lugar a círculos culturales de admirable inquietud, merece ser nombrada capital cultural.

Y en tercer lugar por los extremeños y cacereños. Ellos que han sido siempre gentes de tierra de frontera, de salida y de llegada, de emigración y de vuelta, bien merecen un año de reposo cultural y ser el centro de ese reposo; ellos que con frecuencia miraron con envidia la sabiduría de Salamanca, el comercio y la luz de Sevilla, el atractivo capitalino y económico de Madrid, bien merecen ser la capital de Europa durante ese año; aunque sólo sea capital cultural, cosa que no molesta mucho a nadie.