Tengo una amiga, se llama Luisa Lagar. Hoy en día cada vez es más difícil tener un amigo, un buen amigo, pero yo tengo esa suerte.

La conocí con la balleta y la fregona en la mano. Limpia la oficina en la que trabajo. Es una magnífica persona y tiene un corazón de oro. Siempre sonríe por fuera, pero yo sé llora que por dentro... Lleva más de un año cojeando de una forma brutal, arrastrando ese cuerpo de oficina en oficina andando o en autobús, porque estuvo muchos meses sin coche porque se le averió y no lo pudo arreglar. Levantándose cada día sin faltar a su trabajo porque, siendo viuda, es el único ingreso que entra en su casa para mantener a sus hijos y eso es lo primero, comer.

Hoy no ha venido a trabajar. Me ha extrañado mucho. Al parecer, tiene las vertebras inflamadas y el dolor es terrible. Todo es a consecuencia de que necesita de forma urgente una operación de cadera que no llega. Esa lista de espera del hospital Infanta Cristina parece que no se mueve nunca.

La he llamado y me dice: «Siempre habrá alguien que la necesite más que yo...». Y yo digo lo siguiente: sí, seguramente la habrá, pero tú también la necesitas. Por favor, Señor Vergeles o quien tenga poder para mover esta lista: Operen a mi amiga ya. Lo necesita y mucho. Se me cae el alma cuando la veo andar así. Y no llega ni a los 55 años.