Tras analizar la «deslustración» (abandono de la razón) y la desnaturalización (abandono de la naturaleza), abordo ahora la despolitización, es decir, el abandono de la política. Es una paradoja dentro de otra paradoja.

La paradoja más visible es la idea de la política despolitizada. Y la paradoja que encontramos dentro es cómo es posible esto cuando, aparentemente, se están produciendo cambios extraordinarios que han incrementado la presencia de la política en nuestro día a día y, en teoría, el interés de la ciudadanía por ella.

Es fundamental partir primero de una definición de «política». Sintetizaré en pocas palabras la mía: «Participación de la colectividad en la gestión del poder público». Es un concepto extensivo de la política. La participación se puede producir por vías distintas y el poder público es un concepto amplio en el que cada ciudadano ejerce su parte de poder en muchos ámbitos distintos.

El primer problema con que nos encontramos es que la participación se ha ido cerrando casi exclusivamente a los partidos políticos, instituciones que según todas los estudios demoscópicos están entre las más desprestigiadas del país. La Constitución de 1978 erró en varios aspectos, y uno de los más importantes fue encajonar la conformación de la voluntad popular (o poder público) en el interior de los partidos (artículo 6).

De hecho, ese precepto constitucional y la gestión de los primeros gobiernos de la democracia tuvieron como consecuencia el debilitamiento, hasta casi la desaparición, de los movimientos sociales del tardofranquismo. Por eso, en la cima de la despolitización —que no casualmente coincidió con el máximo poder del bipartidismo— nació el 15-M, para reclamar de nuevo la colectivización del poder público («no nos representan»). Lamentablemente, la rápida institucionalización de Podemos, que se convirtió en la representación del 15-M en las instituciones y que ya es un partido más, nos está devolviendo a un contexto parecido al anterior al 15-M. Podríamos hablar, bajo este criterio, como excepción, del «lustro politizado» de la España contemporánea (2010-2015).

Sin embargo, el principal elemento despolitizador se inserta en un proceso histórico anterior y más global, como es la progresiva conversión de la política en espectáculo. El proceso tiene sus orígenes en la coincidencia del nacimiento de los partidos de masas y de la eclosión de medios audiovisuales como el cine y la fotografía, a finales del siglo XIX. Su gran impulso fue a mediados del siglo XX con la generalización de la televisión.

De momento, el último hito de este perverso proceso ha sido la presencia de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en el programa Sálvame Deluxe, entrevistada por Jorge Javier Vázquez, el pasado sábado 11 de enero. Este sería, hasta la fecha, el último grado de deterioro de la política de masas que, de la mano de la telebasura, se convierte ya en política-basura.

Quienes recuerden debates como ‘La Clave’, dirigido por José Luis Balbín en TVE (1976-1985 y 1990-1993), comprenderán perfectamente la diferencia entre la sociedad politizada del tardofranquismo y la sociedad despolitizada contemporánea. Debates como La Sexta Noche se parecen más a Sálvame: impera «dar espectáculo» sobre profundizar políticamente.

Pero lo más grave es que los políticos «profesionales» —de eso hablaremos otro día— han asumido esto con entusiasmo. En la actualidad, la persona con más poder dentro del Gobierno de España, Iván Redondo, es alguien que antepone la estrategia a la ideología (ha asesorado a derecha e izquierda) y que convierte lo público en marketing político en estado puro. El actual vicepresidente del Gobierno ya lo dejó claro en «Conversación con Pablo Iglesias» (Jacobo Rivero, 2014): «Son mucho más importantes las tertulias en televisión que los debates en el Parlamento».

El incremento de la violencia (verbal y física), la creciente judicialización de las discrepancias, las algaradas en las cámaras legislativas, la indiferenciación de política y entretenimiento en los espacios audiovisuales, o el adormecimiento de la mayoría de los movimientos sociales son solo los síntomas de la enfermedad: la despolitización de la política.

*Licenciado en Ciencias de la Información.