TAt mí que se camufle la gente, me pone nervioso. Por esta razón, lo de los coches de la Guardia Civil camuflados no me gusta un pelo. Me suena la cosa a ¡zas te pillé! , a juego del escondite, y a un afán más recaudatorio (lo de los móviles es una hucha genial, te sacan las perras Telefónica y la Guardia Civil, pasando por las líneas eróticas, los videntes, y los programas de la tele) que disuasorio. Un poco disuasorio es, pero es más ver a la pareja en sus motos o al pie de la carretera. Y es un poco más gastarse los cuartos en reformar ese benemérito cuerpo, modernizar esos coches, esos bolígrafos, esos exámenes de conducir y, sobre todo, esas carreteras.

¿Acaso se cree alguien que con ciento y pico de coches camuflados (hasta que la gente se conozca el camuflaje) para una población de cuarenta millones de personas y casi los mismos coches (mi vecino tiene ya tres) se puede hacer algo más que perseguir a los que hablan por móvil?

Y los conductores camuflados? Que los hay. ¿Quién se dedica a ellos? ¿Acaso se puede adivinar desde un coche camuflado y sólo por el careto, la clase de animales salvajes que somos algunos supuestos pacíficos ciudadanos cuando cogemos el volante? ¿O las dioptrías que tiene uno al que le han revisado por encima al renovarse el carnet? ¿Y el que va hablando con el copiloto (a veces es mucho más peligroso que hablar por el móvil) o fumando?

¿Cómo sabemos que con móvil o sin él su nivel cívico, esencial para coger un volante, su respeto a los demás (valor en baja actualmente) y su apreciación de la vida, las témporas, y la potencia de su vehículo (cada vez más grande) es el adecuado para estar en ruta?

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala