La decisión de José María Aznar de designar como heredero en el PP a Mariano Rajoy se debe tanto a la lealtad que éste siempre le ha mostrado como a su solidez política. La elección no es, pese a las ironías con las que ha sido recibida en las filas socialistas, una buena noticia para la oposición.

Aunque el sucesor no prometerá líneas políticas muy diferentes a las del aznarismo, el perfil de Rajoy es más moderado --y digamos claramente que más genuinamente democrático-- que el de Aznar. Cuando actúe como candidato, puede hacer más creíble el viejo anhelo del Partido Popular de presentarse como una opción de centro, un empeño que siempre han acabado desbaratando los modales autoritarios y las coincidencias ideológicas con determinados planteamientos tradicionales de la derecha reaccionaria española que siempre ha acabado destilando Aznar.

Los recelos que puede tener hacia Aznar la parte del electorado conservador que tiene claridad de ideas respecto a las esencias democráticas, pueden rebajarse mucho a partir de ahora, en que será Rajoy quien encarne las propuestas del PP. Y ésta será su principal baza en el pulso que deberá mantener con Rodríguez Zapatero y el Partido Socialista.