La muerte se ve reflejada todos los días en las imágenes que nos proporcionan los medios de comunicación. La muerte, en forma de violencia genocida, de crimen, de bombas, desnutrición, de sed, de miseria, de marginación... La muerte es uno de los escenarios más comunes que se nos presentan en el mundo. Es tan común, tan cotidiano, que ya no impactan ni las imágenes, ni las cifras que proporciona UNICEF relativa a los espectaculares crímenes, malos tratos e infamia que padece la población infantil... Ya no impacta, del verbo impactar... nada.

Nos resultan igualmente familiares la sucesión de vejaciones, torturas y sangre que galopan día a día por Irak, y también en Israel, y en Gaza y en Líbano... y... ni me acuerdo de en cuántos lugares del planeta se transgreden los derechos humanos cada minuto.

Pero así y todo, no dejé de quedarme atónita frente a una imagen que el fin de semana observé en un periódico de ámbito nacional. Procuraré describirla de forma que la indignación no me traicione. Un cadáver de un bebé de meses envuelto en una sábana blanca, rodeado por unos 7 u 8 niños de entre 5 y 10 años de edad mirando y velando dicho cadáver. Exclusivamente lo que acabo de expresar, pertenece ya a la esfera del terror.

En nuestro Occidente hipócrita y de espalda muy ancha vivimos pensando en el nuevo modelo de coche, la casa de nuestros sueños, o el diseño último de la última mierda de computador, perdónenme la expresión, que le compraremos a nuestros hijos.

Lo más doloroso no es la existencia de este atroz despropósito humano, lo que produce escarnio es el consentimiento tácito y expreso de toda la Comunidad Internacional y la más absoluta ignorancia de todos los que caminamos en este día a día bajo las bombas de la publicidad engañosa, la bomba que el consumo contiene en su etiquetado compre, compre usted cuanto más mejor, aunque no lo necesite . Al fin y al cabo ¡ que más da¡

Lo dejaré aquí, no sin antes mencionar a mi querido abuelo, cofundador de este periódico, Tomas Murillo Iglesias y hacer mías sus palabras, "...que no hay ningún razonamiento gustoso si es largo...". Con ello espero no haber aburrido a quien esto haya leído.

Mientras tanto me quedo observando los preciosos dibujos que mi hijo mayor ha hecho para el colegio, en el día de la paz. Sus soldados lanzaban, con flechas y cañones corazones y flores y a la vez que los coloreaba me decía: " yo pido y pido, mamá, para que la paz en el mundo sea una realidad... aunque creo que será imposible". El solo tiene 10 años y piensa, por desgracia, con absoluta claridad de ideas.

¿Por qué será?...

Carmen de Sande Murillo **

Mérida