Escritor

La amenaza de nieve quedó reducida a un leve manto blanco que cubría las laderas de Villatoro. Avila, no obstante, nos recibía a varios grados bajo cero y si no hubo nevada, dijo un paisano, fue precisamente por exceso de frío. Una explicación, lo confieso, que nunca había oído para explicar ese misterioso proceso meteorológico que siempre tienen algo de infantil y, en consecuencia, de maravilloso.

Acompañaba a mi amigo el pintor Salvador Retana, un abulense de Gredos afincado en Extremadura, que participaba en un ciclo de encuentros con artistas plásticos de esa provincia. En lugar de que el pintor, fotógrafo o escultor se limitara a dictar su conferencia, se ha considerado oportuno invitar a un escritor que conociera su obra (y que sintonizara con ella) para que también interveniera. Se ha logrado así romper la habitual rigidez entre las distintas disciplinas artísticas y se ha conseguido un diálogo fructífero entre artes que tanto tienen que ver entre sí, pues que nacen de la misma aspiración humana por el desarrollo intelectual y por la expresión de la vida y del conocimiento.

El acto tuvo lugar en el impresionante complejo cultural San Francisco, recién rehabilitado por el ayuntamiento de la ciudad castellana. Lo que hasta hace poco eran palomares y cuadras, ruinas al cabo, es ahora un edificio bien acondicionado y mejor restaurado donde se podrán celebrar, donde ya se celebran, recitales, exposiciones o conciertos. Hemos abierto brecha.

Iba contándome Salvador que su abuelo bajaba desde la Meseta hasta Extremadura para vender mantas. Un viaje casi interminable, de pueblo en pueblo, que aquel hombre hacía a caballo. Algo de ese espíritu de vendedor ambulante latía en su nieto aquella fría tarde de diciembre porque también él transportaba su propia mercancía (aunque no para comerciar): unos cuantos cuadros. Eso sí, en lugar de caballería y a falta de alforjas, ésta iba a bordo de un potente todoterreno. Y es que otra de las particularidades del ciclo consistía en que el artista mostrara parte de su obra en una exposición temporal que durara lo que el acto mismo. Por eso, nada más llegar, bajamos del coche las pinturas y nos dispusimos a colocarlas en la hermosísima capilla octogonal con paredes forradas de altas y elegantes planchas de madera donde se iba a celebrar la sesión. Eligió Retana, con gran sentido de la oportunidad, ocho cuadros de su serie El olivar que encantaron a propios (nunca faltan familiares) y extraños. Hubiera sido muy interesante poder mostrarla, si no al completo, sí in extenso. Diversas técnicas, tamaños distintos, del más grande al más pequeño, que tienen como protagonista a ese árbol de la sabiduría. Variaciones sobre un mismo tema que lejos de provocar en el espectador repetición o cansancio le enseñan a ver sus infinitas posibilidades. Formas retorcidas, caprichosas, donde uno lee el dolor, los agravios del tiempo, pero también la fuerza de la existencia, la dureza sin fin de lo pequeño, el discreto esplendor de la pobreza. Esa manera de entender la pintura como un decir más con menos, de sumar restando. Tal vez porque el motivo es humilde, el resultado de ese asedio nos parece tan grande.

Lo que allí se dijo, y la reproducción de esas obras, será recogido en un libro. Pretende el organizador del ciclo, el poeta José María Muñoz Quirós, completar una valiosa colección que refleje la vitalidad artística de esta tierra de genios y de místicos. Sólo una cosa agrió ese provechoso viaje por el espacio y por el tiempo: una llamada telefónica, al filo de la madrugada, que me trajo la triste noticia de la muerte anunciada de Dulce Chacón.