Francesc Reina

Badalona

CARTA DESTACADA

Las palabras se asoman, se levantan del suelo y se van hacia un punto de riesgo que es núcleo de dolor. Malditas verdades esas historias apaleadas por nuevas esclavitudes, la impotencia de las políticas de vivienda, la falta de celo de corruptos, la penalización de la protesta, la emigración de talentos, el machismo, la hostilidad del catolicismo medieval, ese de «toda la culpa es nuestra», la negación banal del calentamiento. No hay fronteras para la epidemia, circula libremente como la violencia racial, la de género, la cultural, y tantos pliegues de la económica. ¿Hay manera de conseguir un desahogo para la memoria? Extraños silencios sin escuchas y pocas respuestas para sepultar la historia de tiranías y su estela de muertes y exilios. Las relaciones que hemos mantenido con los dibujos, como esa isla Utopía, obra de Holbein, se han cultivado con intenciones diferentes, siendo abundantes las pistas sobre geografías morales. En La mano izquierda de la oscuridad, Ursula K. Le Guin fabula con una vida habitable. Visitar lugares donde sobreviven biografías es una guía de universos castigados. Una cartografía de corazones detenidos tras un enjambre de versos donde la poesía los cuida. Topografía de tristezas que llevamos a cuestas como cicatrices, fragilidad que altera heridas cosidas en carne viva, tocatas y fugas. Decía Deleuze que a la industria de la estupidez se la discute con el pensamiento. Ojalá fuera posible que los adeptos al botellón hagan tanto ruido que no dejen dormir a los responsables de todo esto, aunque me temo que no.