El momento actual de nuestra democracia hace honor al dicho popular de "unos por otros, y la casa sin barrer". Porque ahí siguen, los grandes partidos y las pequeñas formaciones, la nueva y vieja política, la izquierda, el centro y la derecha, todos arremolinados, dando tumbos, hastiando a la ciudadanía con la interpretación de la misma melodía cansina con la que llevan mantenido el futuro de nuestro país en suspenso durante el último año. Y, claro, llega ya un momento en que empieza a molestar esta burla colectiva a costa del erario público.

Ya no por lo que cobren los diputados, sino por lo que estamos perdiendo por mantener al país en stand-by . Mientras ellos se enrocan, van cayendo las hojas del calendario, y los inversores huyen de nuestro terruño, despavoridos, tras contemplar la película de serie b que producen quienes deberían desentrañar el entuerto. Decía ayer Felipe González que, si llegábamos a unos terceros comicios, ninguno de los candidatos que han sido incapaces de llegar a acuerdos deberían encabezar, de nuevo, las listas de sus respectivos partidos. Si lo que propone González fuese de obligado cumplimiento, sería una posible vía de remiendo de la situación. El problema es que el expresidente pone esa decisión en manos de los testarudos líderes que nos han metido en este laberinto sin salida.

Con lo que, de poco sirve el 'estornudo presidencial', porque aquí no se va nadie, a no ser que se le obligue a ello. O lo que es lo mismo: que es necesaria la aprobación de leyes, durante el tiempo que quede de legislatura, para no vernos abocados no ya a unas terceras elecciones, sino a unas cuartas o quintas. Porque a todos nos parecía inimaginable llegar a unas terceras, y ahí están, a la vuelta de la esquina. Por lo que no queda otra que legislar para que, de las terceras, no vayamos a las siguientes. Si hay margen para seguir mareando la perdiz, no les quepa a ustedes duda alguna de que nuestros políticos seguirán mareándola.

Así pues, sólo queda exigir a los diputados que se pongan manos a la obra, y que demuestren que no quieren alargar esta situación sine die. Que se obliguen, por ley, a llegar a acuerdos, bajo amenaza de encierro perpetuo en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Que se comprometan a permanecer en el Parlamento, alimentándose sólo con pan y agua, hasta que se produzca la investidura de un candidato a la presidencia del gobierno. Lo que sea, pero siempre bajo la amenaza del imperativo legal. Porque está visto que si no, no hay manera.