Francisco Alvarez-Cascos, símbolo de la vieja guardia del Partido Popular, se despide de la política. Su promesa de retirarse al tiempo que Aznar podría haberse cumplido de otra forma, con un discreto acomodo en el Congreso. Pero Alvarez-Cascos se va del todo. Su segunda ruptura matrimonial y las sombras que arroja la compra de cuadros en la galería de su actual compañera, que el Gobierno no investigará, pueden haber influido en lo personal. Pero, en lo político, Cascos no hace más que reconocer que su tiempo ha pasado. Secretario general del PP y vicepresidente en el primer Ejecutivo de Aznar, impulsor de la guerra digital y guardián de la ortodoxia del partido, ya en 1998 fue la gran víctima del giro al centro popular. Y sus dificultades como gestor en Fomento --desde la falta de reacción en el desastre del Prestige a la incapacidad de encarrilar el AVE-- hacían difícil prorrogar su carrera política.

El mando indiscutido de Aznar permitió ocultar la pluralidad de orígenes ideológicos y las disputas por el poder. Ver reconocida esta misma autoridad y preservar la cohesión es ahora el reto de Rajoy.