El caso Madeleine McCann se ha convertido en paradigma de la especulación o, lo que es lo mismo, de la nada. Seguramente esta sea la desaparición más mediática y costosa de todos los tiempos, y sin embargo seguimos huérfanos de datos concluyentes. Tenemos toneladas de noticias, conjeturas, hipótesis, libros e incluso documentales, por no hablar de montañas de periódicos (algunos serios, otros sensacionalistas) que han cubierto el drama desde que la pequeña Madeleine desapareció en un resort de Praia da Luz, en el Algarve portugués, el 3 de mayo de 2007.

Han pasado doce años y lo único que sabemos a ciencia cierta es que no sabemos nada. Los amantes de las conspiraciones no estarán de acuerdo conmigo, pero son tantas las posibilidades (todas sin confirmar), que posiblemente ninguno de ellos estaría dispuesto a poner la mano en el fuego por defender su teoría preferida.

El documental de Netflix La desaparición de Madeleine McCann narra en ocho episodios el periplo mediático y judicial (inexorablemente ensamblados) por el que han pasado los padres desde que dejaron a la pequeña Madeleine con sus dos hermanos gemelos en una habitación mientras ellos se iban a cenar a un restaurante próximo. Ocho capítulos que absorbí compulsivamente, intrigado y abducido por la calidad del producto, que al final, pese a todo, no despejó ninguna de mis dudas.

La prensa ha vuelto a la acción sacando a la luz la figura de un sospechoso alemán que ya fue descartado en su momento por la policía, un pederasta que encaja con el perfil de la persona que podría haber raptado a la niña. La información que he leído es tan vacua, su contenido es tan precario, que se antoja a simple vista como un burdo intento de seguir vendiendo periódicos a costa de un caso que no tiene quien escriba su final.

Paradójicamente, cuanto más nos informamos sobre este caso, más desinformados estamos.