TUtna de las peores circunstancias que puede sufrir un periodista es que pierda la memoria y acabe olvidando cuál es su profesión. Es lo que le ha ocurrido a Raúl del Pozo , que se está cubriendo de gloria con el asunto Bárcenas . El Caso Bárcenas tiene una derivación inquietante: el Caso Raúl del Pozo. Deberían estudiar en la carrera de periodismo cómo un consagrado profesional deja de hacer su trabajo a favor de los intereses de la sociedad para convertirse en confidente y portavoz de un ladrón consumado.

Quién hubiera dicho, no hace demasiado, que el sucesor de Umbral iba a destinar su espacio en El Mundo (en sintonía con su director, obviamente) para hacer de testaferro de un delincuente que pasa sus días en prisión, desgranando presuntas primicias basadas en amenazas. No creo que la misión de un periodista sea hacer cálculos para vender periódicos, y mucho menos convertirse en abogado del diablo.

Abundando en su descenso a los infiernos, Raúl del Pozo pidió el pasado sábado en un programa televisivo que el Estado le ponga protección a su amigo Bárcenas. A del Pozo le ciegan la amistad o la ingenuidad: el Estado no debe proteger a Bárcenas sino protegerse de él: por eso está entre rejas. Si él o su familia necesitan protección, es lógico pensar que deben pagársela de su propio bolsillo. Dinero no es lo que ha faltado en esa casa donde el cabeza de familia ha estado robando durante los últimos veinte años: de ahí los millones bien guardados en paraísos fiscales. En el programa ningún periodista apoyaba a del Pozo. Eso me tranquiliza un poco. Puede que la profesión no esté perdida del todo.