Alemania va bien, muy bien, pero Angela Merkel va mal, tan mal que, de celebrarse elecciones ahora, ella y su partido, la CDU, irían a la oposición. Esto, según los sondeos de ahora mismo, pero el 2011 no se presenta mejor. Todo apunta a que, en un rosario de elecciones en siete estados, los cristianodemócratas irán perdiendo apoyos.

Con una recuperación envidiable debido en gran parte a sus exportaciones, Alemania vuelve a ser un motor económico cuando todos sus vecinos siguen intentando cuadrar los números y alentar sin mucho éxito el crecimiento. ¿Qué es lo que ha hecho mal la cancillera para merecer el castigo de los alemanes? Un motivo de desgaste es la coalición de Gobierno con los liberales, un partido que cae en picado y en su caída arrastra en parte a la CDU. En nada favorece a Merkel que su ministro de Exteriores, liberal, y el de Defensa (CDU) discrepen sobre la retirada de las tropas alemanas de Afganistán, repliegue que apoya la mayoría de la población. La ampliación de la vida útil de 17 centrales nucleares ha dado a verdes y socialdemócratas motivo para renacer y unir esfuerzos contra el Gobierno. La represión violenta de unas manifestaciones contra un proyecto altamente impopular en Stuttgart también ha erosionado a Merkel. Pero hay algo más, menos tangible, aunque igualmente nefasto para la cancillera y para todos los que en Europa han gobernado antes y durante la crisis financiera. Es la sensación difusa de que alguien tiene que pagar por ella, no solo los ciudadanos vapuleados. También los gobiernos.