Conocí a mi amigo Carlitos García cuando ambos teníamos nueve años, en el colegio de curas donde estudiábamos, del que no tengo ninguna queja, aunque debo reconocer que guardo difusamente el recuerdo de varios pescozones que recibí de algún maestro. Era frecuente por entonces avivar el interés del alumno azuzando sus carnes con sopapos instructores o pellizcos corregidores, a veces demasiado vehementes. Por entonces los maestros solían tener carta libre de los padres para castigarnos con la colleja, que encima guardábamos en nuestros adentros bien cerrados por miedo a que se escaparan de nuevo en casa. Aun así, no renunciábamos a nuestras travesuras; e incluso a veces tratábamos el asunto con comicidad.

Por ejemplo, mi amigo Carlitos, muy ocurrente él, hizo una catalogación de estos castigos dentro de una tipología --como si fueran especies biológicas--. Recibíamos la colleja manodura , aplicada con la manaza abierta y directa a azotar las nalgas, que era bastante temida, pero no de las peores. La colleja caponera , que era la más usada por los maestros, y se aplicaba sobre la cabeza con la mano cerrada para formar algo así como un mazo, ésta era muy temida. Estaban también las collejas orejeras y patilleras , que eran las que aplicaban la mayoría de los curas del colegio y consistían ambas en asir con los dedos índice y pulgar, formando una pinza dactilar, el lóbulo de una oreja o una patilla y tirar hacia las alturas. Dada la elasticidad y la naturaleza algo insensible del lóbulo de las oreja, la aplicación de la colleja orejera era menos dolorosa que la patillera , castigo al que más temíamos. Ya digo, era una catalogación apócrifa destinada a añadir algo de jocosidad a aquellas temidas prácticas pedagógicas.

XSIN EMBARGOx a los chavales de ahora hay que tratarlos con más delicadeza que a un jarrón de porcelana china. La carrera de Derecho es la que más se estudia en España, porque se empieza a estudiar en primero de Primaria; luego, ya en Secundaria y Bachillerato, se ponen en práctica las leyes aprendidas. En cuanto un profesor levanta un poco la voz a un alumno, este enseguida se acoge a sus derechos por ser menor; y si la cosa trasciende, el alumno se envalentona y amenaza al profesor con hundirle mandándole a su abogado --que suele ser su padre o su madre--. Bromas aparte, creo que la colleja no ayuda a enseñar, pero los padres no deberíamos sobreproteger tanto a los hijos y así facilitaríamos el trabajo de los maestros y profesores, porque empiezan a asustar los casos de acoso y agresión en los colegios e institutos a alumnos y docentes.

Por cierto, hay quien dice que los niños que reciben una colleja a tiempo se traumatizan y terminan siendo adultos violentos. El caso es que Carlitos y yo, que recibimos muchas en el colegio, no guardamos rencor a ningún maestro, no nos notamos nada raro en la psique, ni vamos por la vida dando guantazos a la gente.

*Pintor