WPw asado el primer impacto de la noche electoral catalana, la digestión de los datos permite hacer una aproximación más fría a la incógnita de quién gobernará Cataluña en los próximos cuatro años. ¿Será el nacionalista Artur Mas o será el socialista José Montilla quien sucederá a Pasqual Maragall en la presidencia de la Generalitat

Las hipotéticas salidas son tres: la renovación del Gobierno tripartito de izquierdas entre PSC, ERC e ICV; la sociovergencia o pacto entre CiU y PSC, y el pacto nacionalista entre CiU y ERC. Los próximos días serán decisivos para desenredar una madeja de intereses contradictorios y sería bueno que en los tiras y aflojas que van a producirse haya la suficiente transparencia democrática como para que el ciudadano no tenga la sensación de que los pactos se cocinan a sus espaldas.

La renovación del tripartito tiene a favor la aritmética --entre los tres partidos suman 70 escaños; la mayoría absoluta está en 68--, pero la reedición del acuerdo tiene que superar grandes escollos. El primero de ellos tiene relación con la gobernabilidad de España. Para el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, sería cómodo contar con el apoyo estable de CiU antes que el de ERC. Pero para eso hace falta que el PSC pacte con los convergentes. Y sea cual sea esa fórmula de cooperación, el resultado conduciría a un papel secundario de los socialistas catalanes.

La dirección del PSOE y Zapatero en persona dieron ayer carta blanca a Montilla para conducir las negociaciones. Está por ver si se trata de una declaración retórica o una posición definitiva ante una realidad que no siempre se ha puesto de manifiesto con nitidez: el PSC es un partido autónomo del PSOE.

El otro problema grave para que haya un nuevo tripartito es la bajada de votos y escaños registrada por el PSC. Montilla no logró movilizar el voto de la periferia barcelonesa, lo que tira por tierra el mito de un cinturón rojo que iría a votar cuando el candidato fuera uno de los suyos. El retroceso del PSC supone, por otra parte, una influencia mayor aún de los socios pequeños, ERC e ICV, en la gobernación de la Generalitat.

La sociovergencia, por contra, plantea otros inquietantes problemas. Dejaría en la periferia política a las minorías, dificultaría la alternancia a corto plazo y obligaría a conjugar artificialmente dos formas muy diferentes de entender Cataluña. Queda, finalmente, la hipótesis del pacto entre convergentes y republicanos. Se trata de una posibilidad aritméticamente posible pero de difícil plasmación a no ser que se produzca un inesperado giro en las ahora muy maltrechas relaciones entre CiU y ERC. Mas calculó mal su apuesta cuando confió en que los resultados del domingo le dieran la posibilidad de dominar a placer el tablero de los pactos. Pero los 48 escaños que obtuvo al fin, unidos a que ERC paró el golpe y bajó solo dos escaños, configuran un panorama en el que Mas no tiene tanto margen como auguraban quienes le recomendaron una campaña agresiva planteada en términos de "o yo o el caos".

Lo deseable en esta compleja hora de los pactos es que los líderes políticos tengan la suficiente valentía y altura de miras como para alcanzar acuerdos que garanticen una coherencia política para los próximos cuatro años.