Nicolás Sarkozy , el ministro estrella de Francia quiere echar el cerrojo a la inmigración ilegal. Quiere ser presidente de Francia y sabe que por su derecha el electorado está a dos minutos de la xenofobia. Paris y Lyon no han olvidado los cientos de coches incendiados en julio del año pasado por jóvenes airados de origen magrebí. El electorado de más edad tiene miedo a las bandas juveniles, a los tironeros , a los vecinos ruidosos. Los jóvenes franceses sin empleo, a los competidores a la hora de buscar trabajo que aceptan cobrar salarios más bajos.

En Francia hay seis millones de inmigrantes y el modelo que pretendía integrarlos, asimilarlos a los valores republicanos, sólo ha funcionado a medias. En Paris preocupa la llegada de africanos procedentes de los países del Africa negra francófona que utilizan el territorio español como estación de paso. No hay sitio y Sarkozy quiere que España se comprometa a expulsarlos antes de que lleguen a Francia. No le convence el modelo español de acogida suave y expulsión aplazada de los que llegan a Canarias --que permite a muchos, ya una vez en la Península, perderse por el camino--. En la Cumbre mediterránea de Madrid, curiosamente, el antagonista de Sarkozy no era su colega, Pérez Rubalcaba . Con quien se enfrenta el expeditivo ministro francés es con una teoría, con una visión completamente distinta del fenómeno social que supone la imigración.

La defiende el ministro español de Trabajo y Asuntos Sociales, el señor Caldera . Ayer recordaba que el superavit de la Seguridad Social se debe a las cotizaciones de los casi dos millones de inmigrantes. Aportó datos: por cada pensión que cobra un inmigrante, hay treinta cotizando. En el caso de los españoles, cotizamos dos por cada uno de nuestros pensionistas. Para Caldera, a la hora de explicar el boom económico español, hay que incluir el trabajo de los inmigrantes.

Desde esa perspectiva se puede entender por qué ve el fenómeno de la inmigración (incluida la ilegal), con una mirada muy distinta a la de Sarkozy. Es curioso el caso de Nicolás Sarkozy: es nieto de inmigrantes procedentes de Hungría y está casado con un prima lejana de Alberto Ruíz Gallardón , el alcalde de Madrid. Antaño Francia siempre fue un país de asilo; hogaño, quizá porque la población ha envejecido y la economía conoció tiempos mejores, es un país en el que cada vez hay más gente que mira con recelo a los inmigrantes. La quema de cientos de coches y los actos vandálicos del pasado verano --hechos protagonizados por jóvenes, hijos de inmigrantes magrebíes y martiniqueses--, tienen mucho que ver en el recelo creciente con el que el francés medio observa a los venidos de fuera.

Sarkozy quiere ser el próximo presidente de Francia, por eso ha venido a Madrid a pedirle al Gobierno español que eche el cerrojo. Que expulse sin más dilación a los ilegales. No parece que Caldera vibre en la misma longitud de onda.

*Periodista