WMw uchos fueron los que saludaron la investidura de Patxi López como lendakari con no pocas dosis de escepticismo. Después de tres décadas de gobiernos vascos presididos por el PNV, el cambio en Euskadi se presentaba como una operación política incierta, sobre todo porque López debía contar con el respaldo del PP, la formación que mantiene un durísimo pulso con los socialistas en toda España y que ha puesto alto en Vitoria el listón de las exigencias. Otros, en cambio, recibieron esperanzados la alternancia en Ajuria Enea después de que la ideología nacionalista lleve 30 años impregnando todo el aparato administrativo vasco. Cien días después de esa investidura, puede decirse que López no ha defraudado a quienes vieron en su llegada al poder un avance histórico. De hecho, el Gobierno que preside, recibido con ETA en pie de guerra --tres muertos en estos 100 días-- con una huelga general política y con acusaciones del PNV de ser un Ejecutivo "ilegítimo", ha logrado que la sociedad vasca asista a un verdadero cambio. El escenario elegido por el nuevo equipo para que ese giro sea visible ha sido el de la batalla contra el terrorismo. López se ha puesto al frente de una política de tolerancia cero con los grupos del entorno de ETA y ha cambiado radicalmente la relación del Gobierno de Vitoria con las víctimas de los atentados. La batalla para que las calles vuelvan a ser "un espacio de libertad para todos" le ha enfrentado --hasta ahora, con éxito-- a los colectivos que, especialmente en los días de las fiestas populares, inundan de propaganda proetarra los espacios públicos. Ese es el camino.