Las movilizaciones que ocupan plazas céntricas de Madrid, Barcelona y otras ciudades españolas como Cáceres y Badajoz tienen poco que ver con las que hubo, hace algunas semanas, en la plaza Tahrir de El Cairo, que fueron un ariete imprescindible para acabar con el régimen de Hosni Mubarak, pero conviene no quedarse en la mera anécdota de las comparaciones, inducidas por los concentrados.

Porque hacerlo sería tanto como creer que no merece la pena prestar atención a los indignados, un fenómeno nuevo, espontáneo, surgido durante el desarrollo de una campaña electoral que está transcurriendo sin ideas, quizás porque se están enfocando como si fueran el prólogo de las generales y no se está dejando espacio a propuestas municipales y autonómicas, lo cual desvela, por lo menos, una corriente de fondo en la que se mezclan ingredientes muy variados. Desde el sombrío horizonte dibujado por una crisis cuya superación se fía a políticas de ajuste asfixiantes, a la capacidad de convocatoria de las nuevas tecnologías, que dejan obsoletos los resortes de militancia política que, con mayor o menor fortuna, correspondían hasta la fecha a los partidos políticos, a los sindicatos.

Lo cierto es que estos se manifiestan tan desorientados ante la dinámica de colectivos como Democracia Real Ya y el Movimiento 15 de Mayo que no son capaces de ir mucho más allá de vagas declaraciones de comprensión o análisis precipitados. Entre estos últimos, figura el de Esteban González Pons, del PP, que identifica a los protestatarios con la extrema izquierda desencantada del PSOE; entre los primeros se halla Tomás Gómez, del PSOE, que dice comprender a los jóvenes rebeldes.

Separadas de la lógica de la campaña electoral, estas reacciones son de una superficialidad clamorosa. Probablemente, no menos que el contenido literal de las plataformas que movilizan a los indignados, pero bastante más preocupantes porque la Constitución otorga a los partidos un papel primordial en la articulación de las inquietudes sociales y de la acción política. Si además se da la circunstancia de que la Junta Electoral de Madrid, mediante una discutible aplicación de la ley, acuerda no permitir una concentración en la Puerta del Sol --la de ayer--, entonces la distancia entre el establishment institucional y los descontentos se acrecienta, se registren incidentes o no, que por fortuna es lo que sucedió.

Visto todo lo cual se hace aconsejable reflexionar sin prejuicios sobre qué está sucediendo. Es cierto que faltan tres días para unas elecciones y que la inconcreción ideológica de los movilizados es evidente y una circunstancia que hasta ahora impide analizar con más detalle este fenómeno. Pero, aun así, algo más que todo esto se cuece en esta nueva forma de protesta.